Menú
Charles Krauthammer

¿Tribunales de eutanasia?

Hay que ser bobo o no tener escrúpulos para negar que la reforma de Obama está concebida para orientarle en una determinada dirección: la de la esquina de la habitación donde se encuentra una figura fantasmal con una guadaña en la mano.

Vamos a ver si podemos tener un debate serio sobre el apoyo clínico al paciente terminal.

Podemos empezar por pedir a Sarah Palin que abandone la sala. No tengo nada contra ella. De hecho, tiene bastante talento político. Pero no existen "tribunales de eutanasia" en ninguno de los proyectos de reforma sanitaria de los demócratas, y decir que los hay supone viciar el debate.

También tenemos que decir a los defensores de la tristemente célebre sección 1233 que no resulta tan benigna como ellos sostienen: ofrecer incentivos públicos a los médicos que asesoren sobre la eutanasia –tanto si el paciente la solicita como si no lo hace– equivale a crear el incentivo para que tal consulta tenga lugar.

¿Cómo imagina usted que van a ser esas consultas? ¿Piensa que el médico hablará sin parar sobre el descubrimiento de un trasto puntero con un coste multimillonario capaz de prolongar por otros seis meses el estado terminal y sin esperanza alguna del paciente? ¿O cree que va a hablar –tal y como detalla específicamente el proyecto de ley– de diversas formas de abandonar este mundo?

No, dicen sus defensores. Sólo se trata de que los médicos asesoren a los pacientes sobre el testamiento vital y otros instrumentos similares. ¿De verdad? Buena, pues empecemos planteémonos qué eficacia real tiene el testamiento vital. Cuando una persona esté vieja, enferma y yazca en una cama de la UCI por una neumonía por pseudomonas, el médico le preguntará si quiere a) sufrir un largo tratamiento con antibióticos o b) rendirse esperando que la infección que los oncólogos llaman "el amigo del anciano" se la lleve por delante. Y se lo preguntará en ese mismo momento, cuando esté padeciendo dólar y con independencia de lo que firmara hace cinco años en su testamento vital.

Pueden repetirnos constantemente lo crucial que resulta redactar con años de antelación el testamento vital, pero la pregunta relevante se la efectuarán al final de su vida, cuando se enfrente a la muerte, y no cuando estaba sano y robusto sentado en el bufete de su abogado, en un momento en el que no esperaba ni de lejos padecer un dolor semejante.

Bien, pues a medida que el dolor y el agravamiento paulatino de la enfermedad entran en su vida conforme envejece, su cálculo cambia y su tolerancia al dólor se incrementa. Para cuando una persona ingresa en la UCI, muy probablemente usted tenga una perspectiva de las cosas completamente nueva.

Mi propio testamento vital que siempre he considerado un documento más literario que legal, dice básicamente: "He tenido una vida larga y próspera, gracias. Si sufro cualquier cosa más grave que un padrastro, que desenchufen la máquina". Nunca me lo he tomado a la tremenda, porque a menos que me encuentre en coma irreversible o sufra un cuadro de demencia senil, me van a preguntar en ese preciso momento si quiero ser reanimado o no. El documento que se firmó hace años no significará nada.

Y si estoy totalmente incapacitado, mi familia será la que decidirá, con escasa o ninguna referencia a mi consentimiento. ¿Por qué? Le pondré un ejemplo. Cuando mi padre se estaba muriendo, mi madre, mi hermano y yo tuvimos que decidir hasta qué punto prolongar el tratamiento. ¿Cuál era la mejor manera de averiguar los deseos de mi padre? ¿Lo qué marcó en un formulario un día de verano antes de caer enfermo o lo que nosotros, que lo conocíamos desde hacía décadas íntimamente, pensamos que querría? La respuesta es obvia.

A excepción del huérfano senil, el testamento vital está fuera de lugar. El único caso en que puede ser esencial es en aquellos en los que se espere que la familia está impaciente por que muera para recibir la herencia. Ese es el punto fuerte de la ley: protegerle del asesinato y del robo. Pero está muy lejos de garantizarle un desenlace pacífico siguiendo sus deseos, que es para lo que la mayoría de la gente imagina que sirven los documentos de última voluntad.

Entonces, ¿por qué hacer que Medicare pague a los médicos por realizar el asesoramiento? Porque sabemos que si es esta autoridad, revistada de blanco impoluto cuya vocación es curar y sanar a los pacientes, la que abre la puerta a la eutanasia, estaremos empujando al paciente de la forma más sutil posible a que permita que las cosas sigan su curso natural.

No es un escándalo. Ciertamente no se trata de ningún tribunal de eutanasia. Pero es una presión sutil ejercida por el médico. Y cuando se incluye dentro de una reforma sanitaria cuyo principal objetivo es rebajar el gasto de forma drástica a largo plazo, hay que ser bobo o no tener escrúpulos para negar que está concebida con la intención de orientarle con cuidado en una determinada dirección: la de la esquina de la habitación de planta donde se encuentra una figura fantasmal con una guadaña en la mano ofreciéndole alivio.

En Tecnociencia

    0
    comentarios