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Eva Miquel Subías

La Olimpíada hacia los Juegos

Barcelona y Madrid se han sentado a orillas del Mediterráneo, han charlado, han compartido confidencias y se han dado un abrazo. Suficiente.

Les contaré algo. Hace unos días estaba sentada en un vagón de la línea verde de Madrid, cuyo número ignoro ya que al llegar a esta ciudad aprendí los diferentes recorridos del suburbano por colores, al más puro estilo de muchacha de P2 y ahora ya es demasiado tarde.

A lo que iba. Entró un chaval agarrado a una guitarra y se lanzó a cantar un tema de Tracy Chapman. No oculté mi sorpresa al comprobar, además, cómo escogía una de sus más bellas canciones con lo que disfrutamos juntos del trayecto. Y sí, se llevó una propinaza por ello.

Mientras sonaba Baby Can I hold you una gran mano con mironianos colores nos hacía saber que tenía una corazonada. Inciso. Nunca me ha emocionado este eslogan, pero espero que nadie me lo tenga en cuenta, probablemente se deba a un ajuste de cuentas personal con anteriores presentimientos. La cuestión es que el anuncio de la candidatura de Madrid 16 me transportó instantáneamente a la Barcelona de hace más de quince años. El recuerdo de la Chapman hizo el resto.

Fui una de las afortunadas que pudo ver los Juegos por dentro, disfruté cada día con cada una de las diferentes pruebas, pude comprobar cómo la organización era una maquinaria precisa, perfectamente engrasada y coordinada y cómo los miles de voluntarios esparcidos y entregados por todas las calles hacían que la Ciudad Condal resplandeciera todavía más. Menudo cutis lucía. Todas las ciudades nos miraban, algunas con orgullo, otras con sorpresa, la mayoría con admiración por el trabajo bien hecho.

Otro inciso. Como buena barcelonesa aprendí la distinción entre Olimpiada y Juegos Olímpicos hace bastante. Es por esa razón que a cualquier barcelonés nos chirría bastante que a estas alturas haya quien no lo sepa y más aún tratándose de personas implicadas en el proyecto. Deberían cuidarlo un pelín.

Sigamos. Esta semana Madrid se ha acercado a Barcelona para celebrar juntos un acto a una quincena escasa del veredicto final, con la montaña de Montjuïc como testigo, la misma que ha visto crecer y madurar a la capital de Cataluña gracias, en gran medida, al apoyo incondicional de todos los españoles antes, durante y después de los Juegos.

Ahora le toca el turno a Madrid. La capital ha hecho bien sus deberes, el apoyo popular alcanza casi un nada desdeñable 94% y las repercusiones económicas, así como el estímulo para nuestro tejido productivo, en el caso de ser la elegida, son innegables. Por no hablar de esas ganas que todos tenemos de volver a coger aire y de poder mirar al frente con algo de optimismo y alentadoras perspectivas.

No vamos a negar que el último informe del COI –si me permiten, prefiero seguir utilizando las siglas españolas– nos dejó un regustillo áspero, a pesar de que una servidora lo leyó pacientemente sin acabar de entender esa especie de conclusión final, puesto que todas las valoraciones eran mucho más que satisfactorias. Pero en esta carrera, como en todas, veremos lo que sucede una vez crucemos la línea de meta, nunca antes.

Ignoro cómo funciona el sistema de votaciones, la fuerza de los lobbies implicados y los intereses que allí convergen y se entremezclan. Francamente, se me escapa. Eso, supongo, lo tendrán más que hablado Juan Antonio Samaranch y Alberto Ruiz-Gallardón.

En cuanto a la acostumbrada y ridícula salida de tono de ERC, no merece la pena comentarla, ya que el alcalde de Madrid, a pesar de su habitual diplomacia, tiene claro que el apoyo de estos tipos es equiparable al que ofreció José Blanco a Barack Obama, ni mejor, ni peor, simplemente irrelevante. Y absolutamente grotesco, pero ya sabemos que el pudor no es algo que vaya con ellos.

Barcelona y Madrid se han sentado a orillas del Mediterráneo, han charlado, han compartido confidencias y se han dado un abrazo. Suficiente.

La travesía de esos cuatro años llamada Olimpíada que da paso a la celebración de los Juegos supondrá esfuerzo, trabajo en equipo, cuantiosos voluntarios aglutinados, una férrea unidad institucional y la demostración de que triunfa la feina ben feta . Seguro que habrá merecido la pena. Y sé también que Cobi, con algunas arrugas más, está sentado impaciente a la espera de poder pasarle el testigo a "la mano del legado". Porque sabe que se lo merece.

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