Mientras más averiguamos acerca de los –ahora públicos– correos electrónicos de la Unidad de Investigaciones Climáticas de la Universidad de East Anglia, más se asemeja todo al Watergate. Como sucedió con el escándalo que acabó con la presidencia de Richard Nixon en 1974, no habrá ninguna revelación espectacular, sino más bien un goteo diario e incesante que finalmente hará que colapse toda la estructura.
La última joya proviene de nadie más que Rajendra Pauchari, el encargado –sin formación en climatología– del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por su sigla en inglés). Sin el IPCC no habría una cumbre en Copenhague donde los líderes mundiales intentaran globalizar la legislación de controles e impuestos sobre las emisiones de carbono.
Los correos electrónicos han dado a Pauchari la difícil tarea de defender al IPCC de su propio liderazgo "científico", ahora cuestionado (o, tal vez, incriminándose así mismo) de manipular gravemente la literatura científica que logra ingresar en los informes científicos publicados por el IPCC.
En uno de los correos, Michael Mann de Penn State University, desde hace mucho un poderoso actor en la producción de estos informes, dijo esto acerca de algunos artículos científicos que no le gustaron: "No veo a ninguno de estos estudios apareciendo en el próximo reporte del IPCC. Kevin y yo los mantendremos fuera de algún modo... ¡aun si tenemos que redefinir lo que es la literatura científica!".
Este es asunto muy delicado, ya que este correo, y muchos otros similares, muestran a los líderes del IPCC cometiendo el crimen capital en la ciencia: tratar de manipular la literatura científica, lo cual equivale a editar lo que sale en la Biblia. En este caso, Mann está especulando acerca de mantener información contraria fuera de los informes del IPCC al chantajear a ciertas publicaciones académicas.
Una serie de estos correos le llama la atención a la publicación Climate Research, la cual había cometido la osadía de publicar un estudio que recompilaba una voluminosa literatura científica que no respaldaba la aseveración de Mann de que los últimos 50 años son los más calientes del pasado milenio. Junto con el director de la Unidad de Investigaciones Climáticas, Phil Jones, y otras autoridades en cambio climático, se les ocurrió entonces la idea de boicotear a toda revista científica que se atreviese a publicar cualquier cosa escrita por unos pocos "escépticos", incluyéndome a mí.
La presión funcionó. Varios editores renunciaron o fueron despedidos. Muchos colegas empezaron a quejarse de que sus buenas investigaciones eran rechazadas de plano o simplemente estaban siendo sujetas a revisiones absurdas (investigaciones que hubiesen sido publicadas con pocas objeciones hace tan solo unos años).
¿Cuál ha sido la respuesta de Pauchari a todo esto? Negar que haya ocurrido. "El IPCC depende enteramente de la literatura científica para realizar su evaluación y sigue un proceso que hace poco probable que cualquier pieza, sin importar cuán contrarias sean las visiones de cualquier autor individual, quede fuera".
Eso es simplemente falso. El último compendio del IPCC acerca de la ciencia climática, publicado en el 2007, excluyó mucha literatura colegiada que encontró inconveniente. Excluyó artículos de las publicaciones académicas Arctic, Bulletin of American Metereological Society, Earth Interacions, Geophysical Research Letters, International Journal of Climatology, Journal of Climate, Journal of Geophysical Research, Nature, Proceedings of the National Academy of Sciences, y Quaternary Research.
Todavía no hemos oído lo último de lo que ahora se conoce como Climagate, pero no esperen un final climático. En 1974, errores, traspiés y deslices poco a poco se acumularon. Lo mismo está pasando ahora. Tal y como le ocurrió a Nixon, Pauchari pronto podría ser enviado a casa.
© Cato Institute