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José Antonio Martínez-Abarca

El pueblo está malo

Cuando los españoles eligen por primera vez a Zapatero allá en el 14-M, no sólo le están pidiendo que nos saque de una guerra de Irak en la que no participábamos, sino que nos desperece la modorra satisfecha del primer mundo.

Se dice tradicionalmente que el respetable pueblo español tarda, para empezar a reaccionar como es debido, dos o tres elecciones a contar desde que se conoce la magnitud de un desastre nacional. Así los encargados de tan imaginativo como bienintencionado cómputo señalan que lo de la ruina post Expo de 1992 se sabía al menos desde el 90, costando llegar hasta el 96 para desalojar políticamente a los responsables; y que el hedor de la corrupción ya era distinguible a partir de la segunda victoria felipista (86) pero que gracias probablemente a los frigoríficos adquiridos por aquella famosa alto cargo o carga socialista para utilizarlos en la conservación de sus abrigos de pieles pudo disimularse la cosa hasta que el vecindario, alarmado, hubo de avisar a los bomberos.

No hay, me temo, tal. Otra leyenda urbana. Como el caso de Rodríguez Zapatero está demostrando, se abre paso una conclusión mucho más estremecedora, que evoca esa "enfermedad de los pueblos" de la que tanto se ha hablado para el caso de Alemania durante ciertos decenios del siglo pasado: el pueblo español reacciona ante los indicios más que evidentes del desastre político y socioeconómico no con tardanza sino al contrario, con inaudita presteza. En cuanto le es electoralmente posible, desaloja del poder a la derecha que ha extendido sobre el país el tedio de la abundancia y pretende aburrir a las cabras con el sentido común gubernativo y confirma en la poltrona a los políticos izquierdistas que se sabe de fijo que van a traer (han traído ya) la apasionante aventura de la pobreza. Cuando los españoles eligen por primera vez a Zapatero allá en el 14-M, no sólo le están pidiendo que nos saque de una guerra de Irak en la que no participábamos, sino que nos desperece la modorra satisfecha del primer mundo. En ese momento, los españoles sienten la irresistible pulsión del tercero. Los españoles no duran mucho tiempo con las obligaciones de los suizos. Y a partir de ese marzo del 2004 ya se sabía en qué iba a acabar esto. Lo sabía todo el mundo.

Que el PP no despegue en las encuestas no es totalmente culpa de Rajoy. Nadie, por muy desinformado que esté y mucho que se retire al eremitorio estupefaciente de las televisiones, es tan lelo como para creer que la incompetencia mayestática del presidente del Gobierno, innegable desde siempre también para sus fanáticos (la única diferencia es que ahora lo dicen o escriben en público y antes no) nació justo después de las elecciones de 2008, como si en ese momento Zapatero se hubiese golpeado en la cabeza y empezado a hacer y decir cosas raras. No. Lo que atraía de él para que lo voten, lo que sigue atrayendo, por lo que podría ganar, por qué no, incluso otras elecciones (como se pavonea no sin razón ante el PP, cuando éste le ha dicho formalmente que las adelante), es precisamente su redonda incompetencia. Como todos saben de la horripilancia facial de Belén Esteban pero estarían dispuestos a apostar la cabeza al Diablo por jurar su beldad. La enfermedad de los pueblos.

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