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GEES

Ceremonia de la confusión

Yemen avanza hacia el colapso y el vecino conflicto somalí muestra cada vez más su ósmosis con las canteras terroristas en los EEUU y en Europa.

En momentos como los actuales se solapan de forma frenética toda una serie de conflictos diferentes entre sí, pero que en ocasiones comparten escenario geográfico. Es cuando más cuidadoso hay que ser para evitar caer en la confusión, sobre todo si ésta trata, algunas veces, de ser inducida por algunos actores interesados.

En el Magreb, y apurando un poco en el Sahel, se superponen hoy el conflicto del Sahara Occidental y la amenaza yihadista salafista representada por Al Qaeda en las Tierras del Magreb Islámico (AQMI). Aunque Marruecos está desbordado por unos acontecimientos que nos obligan a tratar de desentrañar arcanos varios sobre su gestión del conflicto en este territorio ocupado, no pierde ocasión para intentar aprovecharse de la adversidad y tratar de convencer al mundo de que AQMI está detrás de la violencia de días pasados, con sus consabidos cuchillos y acciones macabras de diversa índole.

Pese a sus esfuerzos aún no ha conseguido que su mensaje manipulador cuaje, aunque sí ha logrado que muchas plumas, algunas de ellas supuestamente bien informadas, empiecen a elucubrar sobre la inconveniencia de que nazca algún día un país frágil en la región –léase la República Árabe Saharaui Democrática (RASD)–. Según algunos maliciosos y otros despistados, como Estado supuestamente fallido, la RASD caería irremisiblemente en las garras de Al Qaeda. Afirman tal cosa gentes que nunca antes habían concedido la menor atención a AQMI, pero que ahora hacen el juego –sin saberlo o sabiéndolo– a las interesadas estrategias de un Marruecos que no pierde ocasión para pescar en río revuelto, que él mismo ha embarrado.

Otros abundan en confusas teorías conspiratorias que hacen de AQMI un juguete en manos de los servicios de inteligencia argelinos, enlazándolo con las viejas teorías que en los noventa situaban al Grupo Islámico Armado (GIA) y al Grupo Salafista de Predicación y Combate (GSPC) –o al menos a sectores de ellos–, bajo los designios de dichos servicios. Tales tesis no hacen sino distraer a muchas personas de la cuestión central que aquí está en juego: la necesidad de identificar a un siniestro grupo o red terrorista que cada vez es más rico e influyente, dentro y fuera del noroeste de África.

Todo esto ocurre en paralelo a una gran redada desarrollada en Alemania, Bélgica y Holanda contra una red yihadista desde hace largo tiempo investigada y con ramificaciones en Chechenia: terrorismo en estado puro para las fuerzas de seguridad germanas. También ocurre cuando esos mismos servicios policiales alemanes se confiesan desbordados ante las crecientes necesidades que hay que atender frente a la amenaza terrorista, y piden el auxilio del ejército. O cuando en el Cuerno de África y en Yemen arrecia una amenaza que cada vez está más desterritorializada. Yemen avanza hacia el colapso –el 24 de noviembre eran 17 los chiíes asesinados por Al Qaeda en el norte del país, enmarcable este atentado en su imparable intento de destruir el Estado– y el vecino conflicto somalí muestra cada vez más su ósmosis con las canteras terroristas en los EEUU y en Europa. Con dos millones de somalíes viviendo en la diáspora y la habilidad reclutadora de Al Shabab en el extranjero, no nos sorprende que a mediados de 2009 más de 20 de ellos procedentes de Minnesota marcharan a Somalia a combatir. O que alrededor de un centenar de somalíes del Reino Unido o una veintena de Suecia se hayan incorporado a sus filas. También lo habrían hecho otros procedentes de lugares tan variados como Alemania, Australia, Canadá o Noruega. Por otro lado, el asalto por tropas somalíes de un refugio de Al Shabab en Mogadiscio en agosto, mostraba una interesante radiografía de lo que estamos tratando de mostrar: entre los diez terroristas muertos tres eran paquistaníes, dos indios, uno afgano y uno argelino, y este último seguro que no era un miembro de los servicios de inteligencia de su país.

Es hora ya pues de despertar a la realidad, por dramática que esta sea, y no dejarse engatusar por retorcidas explicaciones que tienen más que ver con la pequeña –y a veces miserable– política de rincones como el marroquí en el Magreb, que con las grandes y evidentes corrientes reclutadoras del terrorismo yihadista globalizada. Quienes hacen el caldo gordo a la intoxicación de Rabat hacen flaco favor y distraen la atención de grupos y lugares donde Al Qaeda sí es un problema.

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