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GEES

El enigma egipcio

Lo que les encanta de la democracia a los totalitarios es la libertad de destruir la democracia e imponer la suya propia con exclusión de la de los demás. Como venimos repitiendo aquí, no debemos precipitarnos en entusiásticos apoyos.

Quizás el régimen, si no Mubarak, podrí­a decir aquello de que "los muertos que vos matáis gozan de buena salud". Con el pueblo en pie y una insoportable presión internacional, casi todos en Europa y América dan por descontado al presidente y moribundo a su sistema dictatorial. Sólo que no podemos estar seguros de que los reunidos en la plaza Tahrir sean realmente el pueblo, ni de que la presión occidental le resulte verdaderamente insoportable al régimen.

Su verdadero contexto es el mundo árabe y no hay ni por qué hacerse preguntas retóricas respecto al comportamiento de sus dirigentes ante la crisis egipcia. Del resto sólo cuenta Estados Unidos, con casi dos mil millones de ayuda anual, la segunda en importancia después de Israel. A los Mubarak se les calcula una fortuna entre los 15 y 20 mil millones de dólares. La ayuda podrí­a ser una décima parte del patrimonio familiar, si bien una parte de éste procederá de aquella. El PIB del paí­s son 210.000 millones. La ayuda viene a ser cerca del 1%. No es baladí­, pero su verdadera importancia polí­tica es que gran parte va a las fuerzas armadas. ¿Podrí­an éstas imponerle la retirada a su jefe? Podrí­an, y circulan toda clase de rumores, empezando porque toda la plana mayor militar estaba en Washington cuando todo empezó el 25 de enero, y tardaron cuatro dí­as en regresar. Los militares pueden negociar algunos retoques al sistema y atemperar algunas de sus prácticas más corruptas y represivas, pero no se olvide que no se trata de que sean una parte esencial del régimen, es que más bien son el régimen. Ellos lo crearon con el golpe con el que Nasser y sus Oficiales Libres derribaron la monarquí­a. Sus dos sucesores, Sadat y Mubarak han salido de las mismas filas. No tiene sentido pensar que el ejército se haya revelado contra el poder negándose a disparar contra la muchedumbre. Ha sido en todo momento parte del juego, que parece consistir en dejar que se agoten los manifestantes, por más que la situación aparentemente de tablas y el caos generalizado fuera de la plaza Tahrir le cueste al paí­s bastantes veces la ayuda americana.

De hecho el ejército puede ser el gran ganador. Una de las irracionalidades del paí­s es el prestigio popular del que goza por sus éxitos iniciales en la guerra de 1973 contra Israel. Su moderada actitud ha servido para preservarlo. Pero no se olvide que fueron ellos los que permitieron entrar en la plaza haciendo el salvaje a los matones de las milicias proMubarak Al Baltaqiya. Por otro lado, los militares estaban crecientemente enfrentados a Gamal, el hijo de Mubarak y su sucesor in pectore, que habí­a organizado el languideciente partido oficial en una fuerza civil efectiva con el apoyo de los empresarios más modernos y dinámicos. Beneficiados por las reformas económicas liberalizadoras propiciadas por Gamal, han promovido el desarrollo a expensas de las subvenciones que son muy populares aunque sean una rémora para el crecimiento. La crisis ha convertido al heredero en un cadáver polí­tico a costa de una muy probable involución económica.

También la presión interna sobre el régimen plantea muchas dudas. ¿Verdaderamente representa Tahrir los anhelos generales de un paí­s de 80 millones y una inmensa ciudad de casi 18? Fuera de la plaza han ocurrido cosas extraordinarias sobre las que la información ha brillado por su ausencia. La práctica totalidad de las comisarí­as de El Cairo fueron asaltadas en los primeros dí­as, a partir del viernes 28 de enero, momento de la gran crecida de la protesta, a la salida de las celebraciones del dí­a santo musulmán, desapareciendo todas las armas. Lo mismo sucedió con las cárceles, por parte de los familiares de los delincuentes y de los islamistas que tení­an correligionarios internados. Hasta el asesino de Sadat fue liberado. Los asaltos a las viviendas se multiplicaron. Entre cada edificio, cada tienda, cada calle se estacionaron los hombres para defender sus propiedades con todo lo que pudiera servir como arma mientras las mujeres preparaban cocteles molotov. Al repeler asaltos hubo muertos que el ejército recogió sin hacer preguntas. De nada podemos estar seguros pero se dice que estos espontáneos de la autodefensa pueden sumar muchos más que los que corean slogans en Tahrir. También ellos han realizado descubrimientos de autonomí­a y libertad, amenaza y poder, destinados a pesar en el futuro del paí­s.

Y queda por conocer la identidad ideológica y la composición social de los manifestantes antiMubarak, especialmente el papel de los islamistas, la única fuerza poderosa y organizada que trata de ocultar su papel y aspiraciones. Los corresponsales de Occidente, ebrios de liberación popular, les han concedido un crédito que están muy lejos de merecer. Es muy cierto que la libertad anida en todo corazón humano, pero la propia, no necesariamente la ajena. Lo que les encanta de la democracia a los totalitarios es la libertad de destruir la democracia e imponer la suya propia con exclusión de la de los demás. Como venimos repitiendo aquí­, no debemos precipitarnos en entusiásticos apoyos hasta que no se aclaren algunos de los espesos enigmas egipcios.

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