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Cristina Losada

La nota de suicidio más fulera

La tentación de diluir todavía más las impopulares reformas será irresistible. Un zombie que ha perdido la confianza de su partido y su electorado, no tiene, aunque quisiera, fuerzas para oponerse al apremiante interés de los suyos.

En 1983, los laboristas concurrieron a las elecciones con un programa que era fruto del matrimonio, nada inusual, entre la mayor democracia interna y el puro delirio político. Setecientas páginas, ahí es , en las que prometían renacionalizaciones, el desarme nuclear unilateral y otras delicias izquierdistas. Un diputado del partido consagró aquella hoja de ruta para la derrota como "la nota de suicidio más larga de la historia". Pues bien, si aquella era la más larga, la que Zapatero ha presentado ante el sanedrín de su partido tiene méritos para alzarse con el título de la más fulera. Y no sólo por el detalle de hacer pasar su retirada como una decisión tomada en el mismo instante en que arribó a la Moncloa. Aunque así fuera, un político de talla o lo dice entonces, en su cénit, o se calla.

La gran sensación, y el sensacionalismo político es uno de sus rasgos, ha sido el anuncio de primarias, que unido a la seudo-retirada, ha conducido a un ejercicio de ostentación. Cuán generoso ha sido, qué orgullosos estamos, qué demócratas somos, qué magníficos. Es la oronda hinchazón de los autosatisfechos. El brillo de grasa sentimentaloide propio de las exhibiciones de superioridad moral. Pero la gran sensación contiene el fraude. No convoca un Congreso, el foro donde se podría, acaso, debatir de política en tiempo y forma, y se mantiene como secretario general: en la cúspide del aparato, en el puesto de control. Jugar limpio no consiste en hacer votos de neutralidad, sino en garantizarla con su renuncia a ese cargo.

Pero es su permanencia como presidente el aspecto más discutido y discutible de este harakiri a plazos. En teoría, la condición de "pato cojo" no obliga a dimitir a nadie. La condición de España, sin embargo, no está para incertidumbres sobre el destino de las reformas. Ya puede proclamar Zapatero que morirá en el empeño de llevarlas a término, que la presión del partido y el nuevo candidato pujarán por inclinar la balanza en el sentido contrario. Eso, de dar crédito a sus buenas intenciones. Aunque si el presidente quisiera ofrendarse en sacrificio por el bien del país, hubiera continuado hasta el final: presentándose a las elecciones, hechos los deberes. Ahora, la tentación de diluir todavía más las impopulares reformas será irresistible. Un zombie que ha perdido la confianza de su partido y su electorado, no tiene, aunque quisiera, fuerzas para oponerse al apremiante interés de los suyos.

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