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Jorge Vilches

Nadie se moviliza

Uno de esos mitos es el de la acción colectiva callejera, el de la movilización, la manifestación, la pancarta, el voceo de consignas y el del asambleísmo. Es una reliquia de la época de la política de masas.

Últimamente está corriendo la pregunta de por qué la gente no se moviliza contra la crisis, no organiza grandes manifestaciones –me imagino que al estilo griego–, o no va a la huelga cuando se la convoca. La derecha contesta que se debe a que el gobierno es de izquierdas, porque si fuera del PP la agitación sería constante, como ocurrió entre 2002 y 2004. Para la izquierda, sin embargo, es una pregunta ontológica, sobre su propia naturaleza.

Históricamente, la movilización ha sido para los socialistas un fin en sí mismo. Esto se debe a la sublimación del concepto de revolución tanto como al vaciamiento programático de la izquierda. Al tiempo que el socialismo en sus distintas variantes se ha ido desprendiendo de ideas y programas, se ha ido llenando de mitos y abstracciones.

Uno de esos mitos es el de la acción colectiva callejera, el de la movilización, la manifestación, la pancarta, el voceo de consignas y el del asambleísmo. Es una reliquia de la época de la política de masas, cruzada con un mal entendido romanticismo, que ha quedado para grupúsculos radicales. La consecuencia es que a esa izquierda no le importan tanto los objetivos que se consigan como el grado de agitación. La acción colectiva en sí misma, sin más, se convierte en una seña de identidad, de unidad, incluso de satisfacción que compensa la poca representatividad real de opciones políticas y sociales de este tipo.

Siempre hay en esta clase de acción colectiva una misión evangelizadora, visionaria, que intenta desvelar "una verdad" al resto de la sociedad, que está alienada y que debe salir del engaño. En las agitaciones actuales, nos encontramos visionarios de dos tipos, muchas veces mezclados. Por un lado están los que tradicionalmente unen la manifestación callejera con la violencia, siempre contra "el sistema", al que suelen identificar con todo lo que no se opone "al poder": desde un medio de comunicación a la propiedad privada. De ahí los ataques a periodistas o los asaltos a comercios.

Y, por otro lado, están los "modernos", que ahora hacen "perfomances", que consisten en la escenificación de su protesta a través de una pantomima. Un ejemplo claro es el asalto a la capilla de la Universidad Complutense en Somosaguas. ¿Qué hacen? Pues ir disfrazados, o no, y representar alguna coreografía ensayada que contiene un mensaje político.

Entonces, ¿por qué no hay movilizaciones ahora por la crisis? Además de porque está en el poder el PSOE, y agitar contra "uno de los nuestros" es "hacerle el juego a la derecha", los factores no son propicios. Existe la creencia fundada de que las manifestaciones y huelgas no tienen un efecto ni siquiera a medio plazo. A esto se le une que las organizaciones convocantes y sus dirigentes carecen de la credibilidad suficiente como para movilizar a personas ajenas a su entorno. Y, por último, el factor déjà vu; es decir, la sensación de que se repiten las mismas pancartas, con similares dibujos e iguales eslóganes, adornados con las abstracciones populistas habituales de los últimos cuarenta años. Todo esto cansa y desmoviliza.

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