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El mundo al revés

Mientras que los occidentales dormimos encantados ante las promesas de unas futuras elecciones, no queremos darnos cuenta de que nos estamos acostando literalmente con los enemigos de la libertad, en el caso egipcio, los Hermanos Musulmanes.

 

Cuando Ben Alí y Hosni Mubarak fueron echados del poder por unas revueltas pacíficas, va a hacer medio año ahora, todo el mundo bienpensante se deshizo en elogios de una "revolución democrática" que sacudía el mundo islámico, desde Marruecos a Afganistán. O casi.

De Túnez nadie se acuerda ya, salvo los tunecinos, que luchan por conseguir que el turismo no se les desplome como consecuencia de la inestabilidad, como está sucediendo en Egipto. Pero de los egipcios si que nos acordamos. Una junta militar tomó las riendas en un auténtico golpe de estado cuartelero, con la promesa de organizar unas elecciones generales este próximo septiembre para que se formase una asamblea constituyente que preparara un nuevo marco de convivencia para el país.

Pues bien, cualquiera que se de una vuelta por las calles de El Cairo o lea la prensa egipcia, tendrá que admitir que las cosas no son tan sencillas. Por ejemplo, tras décadas de ser castigados por el régimen autocrático y años de ser ignorados por los países democráticos occidentales para no soliviantar al dirigente egipcio, los grupos, más que partidos, seculares y moderados son claramente deficitarios en estructuras, implantación geográfica y recursos. Al igual que en otros países de la zona, son los islamistas los mejor preparados para beneficiarse de unas elecciones libres. Sólo que para ellos, "un hombre, un voto" es para una sola vez.

De ahí la paradoja: mientras que los occidentales dormimos encantados ante las promesas de unas futuras elecciones, no queremos darnos cuenta de que nos estamos acostando literalmente con los enemigos de la libertad, en el caso egipcio, los Hermanos Musulmanes. Los pensadores moderados preferirían que los militares continuaran en el poder durante bastante más tiempo, el justo y necesario para poder organizarse y presentar unas estructuras que pudieran asegurar su libertad y prosperidad sin tener que caer en las manos de los islamistas. Los militares, que también ven peligrar sus propios intereses, empiezan a hablar de dejar pasar septiembre, pero sólo por un par de meses.

Si de verdad se quiere que Egipto marche por la senda de la libertad, dos meses resultan del todo insuficientes. Al menos un año. Con todo, el reto final no será de organización política, sino de expectativas de justicia y de vida. Los egipcios quieren vivir mejor y eso depende de que se les pueda ofrecer una alternativa atractiva de crecimiento y empleo.

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