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Transformación radical

Las facciones extremistas buscan, como han hecho en Egipto, la legalización, y en meses podríamos encontrarnos, como en el País de los Faraones, con antiguos terroristas argelinos reconvertidos en políticos.

El nuevo año comienza con un Magreb muy distinto al de las mismas fechas de 2011. Entonces nos preocupaba el avance de las revueltas en Túnez, iniciadas el 17 de diciembre de 2010; y que se produjeran otras similares en Argelia debido a un incremento exponencial del precio de los productos básicos. Pero no podíamos imaginar lo que iba a ocurrir. El presidente tunecino, Ben Alí, huiría a Arabia Saudí el 14 de enero, y la violenta revuelta en Libia acabaría con la vida de Gadafi el 20 de octubre. Además, y esto es lo grave, tales revueltas –extendidas a otros países árabes a lo largo del año– han desembocado en un Magreb en el que el islamismo emerge por doquier y hasta toma el poder o amenaza con hacerlo, en un país tras otro.

Primero fue Túnez, donde las elecciones de 23 de octubre permitieron a la veterana En Nahda, la sucesora del Movimiento de Tendencia Islámica de los ochenta, que ya tenía una inusitada vitalidad y amenazaba al régimen –de Burguiba, primero, y de Ben Alí después–, hacerse con el poder. El actual primer ministro procede de esta formación, y En Nahda ha propiciado una reforma constitucional que favorece al primer ministro frente al presidente, lo que rompe con la tradición presidencialista del país. Ahora sólo les queda laminar la sociedad y la política para acabar con el Túnez hasta ahora conocido. El nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Rafik Ben Abdesslam, antiguo jefe del Centro de Estudios de la cadena Al Yazira, ayudará sin duda a ello.

En Libia, el Consejo Nacional de Transición se hizo violentamente con el poder gracias al precipitado apoyo de Occidente y de una curiosa selección de países árabes dominada por los petrodólares islamizantes del Golfo; hoy, los islamistas dominantes en el CNT no son capaces de poner fin a la guerra civil, y las cabezas más visibles del yihadismo salafista van a acabar, surrealista escenario, siendo nuestros interlocutores obligados.

En Marruecos, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) comienza 2012 formando – con autorización real– Gobierno, tras haber ganado las elecciones generales. Mohamed VI propició la redacción precipitada de una nueva Constitución para evitar la extensión de las revueltas, y de sus concesiones surge esta consolidación islamista. De 30 ministerios, el PJD encabeza 13; resulta preocupante que tanto la cartera de Exteriores como la de Justicia estén en manos de líderes consolidados de dicha tendencia.

Finalmente, preocupantes son los reposicionamientos de los islamistas argelinos, ante la indiferencia de muchos y el aliento irresponsable de otros, dentro y fuera de Argelia. Los islamistas de Buguerra Soltani, presentes hasta ahora en el Gobierno de coalición, lo han abandonado para preparar con libertad su asalto al poder, acusando a sus hasta ahora compañeros de viaje de "desviados". Como agravante, las facciones extremistas buscan, como han hecho en Egipto, la legalización, y en meses podríamos encontrarnos, como en el País de los Faraones, con antiguos terroristas argelinos reconvertidos en políticos.

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