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USA: encogimiento estratégico

Obama llegó a la Casa Blanca con una sólida fe en muchos de los dogmas antiamericanos y un rechazo, o una reinterpretación radical, de los valores que históricamente han labrado la grandeza del país y su posición en el mundo.

El documento que el 5 de Enero presentó solemnemente Obama en el Pentágono, rodeado por toda la cúpula militar, se titula "Manteniendo el Liderazgo Global de los Estados Unidos". Más bien debería titularse "encongiéndolo".

Al terminar la Guerra Fría, con el desplome de la Unión Soviética y el hundimiento de la ideología que trataba de legitimarla, los Estados Unidos se plantearon cómo mantener su posición de única superpotencia, o, como la denominaría Madelaine Albright –la Secretaria de Estado de Clinton–, hiperpotencia, pues excedía con creces al resto del mundo en todas las dimensiones del poder. Lo que ahora presenta Obama suena a una elaboración estratégica precisamente al servicio de ese propósito, pero es en realidad un ejercicio de propaganda burocrática para disfrazar de estrategia unos recortes presupuestarios que caminan exactamente en la dirección opuesta.

El Almirante Mullen, anterior jefe de jefes, dijo que "nuestra deuda nacional es nuestra mayor amenaza de seguridad nacional". Nada más cierto. Si los Estados Unidos no empiezan enseguida a poner coto a ese morbo cuyas proyecciones actuales son de crecimiento ilimitado, el país verá profundamente socavada su fortaleza económica y no podrá mantener su papel de estabilizador mundial. Pero aunque el gasto militar americano suponga en todas las ocasiones un esfuerzo apreciable y en las actuales de crisis un sacrificio de bastante importancia, no representa la losa que aplasta el bienestar y el dinamismo nacional como llegó a serlo para la Unión Soviética y para otros imperios que perecieron bajo el peso insoportable de su propio mantenimiento. No es el caso de los Estados Unidos, aunque las imprudentes palabras del almirante Mullen puedan ser interpretadas en el sentido de que todas los tajos presupuestarios que se le den a las Fuerzas Armadas redundarán en beneficio de la seguridad nacional. Nada más lejos de la realidad. Las pérdidas en seguridad y capacidad internacional que los recortes presupuestarios inexorablemente impliquen superarán ampliamente los beneficios económicos inmediatos que comporten. Y no sólo para los Estados Unidos, sino para el mundo entero, con repercusiones finalmente negativas en el bienestar material americano y del resto del planeta.

Lo que sucede es que convergen las premuras económicas que los Estados Unidos padecen con las creencias ideológicas de la izquierda americana, perfectamente compendiados por su presidente, que llegó a la Casa Blanca con una sólida fe en muchos de los dogmas antiamericanos y un rechazo, o una reinterpretación radical, de los valores que históricamente han labrado la grandeza del país y su posición en el mundo. Lo cual le valió un ridículo premio Nobel de la Paz, basado en unos cuantos discursos en los que negaba el excepcionalismo americano o lo ponía al nivel de cualquier otro y presentaba a unos humildes Estados Unidos con mucho de lo que arrepentirse y pedir perdón por su papel internacional. Son también premisas ideológicas las que impiden abordar lo que realmente bloquea cualquier salida de la crisis, el crecimiento del maravilloso estado de bienestar por encima y delante de las posibilidades económicas. 

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