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Alarmas entre Turquía y Siria

En la política de Erdoğan sigue predominando el deseo de no buscarse más problemas que los indispensables, al contrario de lo que hizo con Israel.

Las alarmas entre los dos vecinos saltan cada vez con más frecuencia, y desde el bombardeo del 3 de Octubre casi a diario. ¿Se va a producir, por fin, esa intervención que muchos sueñan, para acabar con la masacre en Siria, que ya va camino de las 30.000 víctimas mortales?

Si alguien puede es Turquía, con las fuerzas armadas más poderosas de la región y fama de recurrir al músculo militar cuando lo considera indispensable. Se puso el mundo por montera invadiendo Chipre en 1974, no ha reparado en fronteras persiguiendo a la organización terrorista kurda PKK en el norte de Irak y llegó a mediados de los 90 a amenazar a Siria con la guerra por dar cobijo a dichos elementos. Hafez el Ássad, ningún pusilánime, padre del actual presidente, se lo tomó muy en serio y dio marcha atrás. Con Erdoğan, islámico de tendencias islamistas, y su partido de la Justicia y el Desarrollo en el poder en Ankara desde el 2002 las relaciones mejoraron sustancialmente. 

"Cero problema" con los vecinos se convirtió en la política oficial turca, con la manifiesta ambición de aumentar su influencia en todo el Oriente Medio, máxime cuando algunas revueltas árabes se interesaban por su régimen como fuente de inspiración. Pero el caso Sirio echó por tierra muchas de esas esperanzas al llevar al paroxismo la represión contra los correligionarios suníes. La ruptura con Damasco afecta a las relaciones con otros dos vecinos mucho más importantes, protectores del régimen de El Ássad, Rusia e Irán, fuentes de la mayor parte del aprovisionamiento energético de Turquía. El breve acercamiento a Teherán de años atrás puso de manifiesta una cierta dimensión utópica en las ambiciones exteriores turcas. Han sido imperios históricamente rivales, como hoy lo son sus aspiraciones sobre el vecindario árabe. Los proyectos nucleares de los ayatolas no pueden dejar de ser inaceptables para los turcos y las fuertes incompatibilidades entre suníes y chiítas no propician ningún acercamiento.

Pero si importantes ilusiones exteriores se han visto defraudadas, en la política de Erdoğan sigue predominando el deseo de no buscarse más problemas que los indispensables, al contrario de lo que hizo con Israel, por otros cálculos y otras fobias. Una parte importante de su indudable éxito interior se debe a sus aciertos económicos. Estabilizó la economía del país, hundida en el marasmo de una inflación desenfrenada, y la lanzó al crecimiento. No es sólo la revitalización islámica y el resurgimiento de la Turquía "profunda" del mundo provinciano y rural anatolio. Las perspectivas económicas han atraído a una parte del mundo de los negocios, tradicionalmente partidario del peculiar laicismo kemalista, procedente del fundador de la República, Ataturk. Añádase el hecho de que las encuestas revelan una abrumadora mayoría de enemigos de cualquier aventura exterior. Las solidaridades religiosas no llevan más allá de la simpatía. Por otro lado Erdoğan se siente decepcionado por la inhibición de Obama en el conflicto sirio. Sólo el ultrasensible tema kurdo podría hacerle entrar en acción. Mientras tanto exhibe la determinación turca con gestos y amenazas medidos. Ni dejarse arrastrar por provocaciones ni dar la menor muestra de debilidad. A nadie se le escapa que esas situaciones no siempre son controlables.

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