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Incógnitas sirias

Mientras el mundo parece obnubilado por la guerra en Mali o por el deterioro de la situación en Egipto, pocos parecen acordarse de Siria.

Mientras el mundo parece obnubilado por la guerra en Mali o por el deterioro de la situación en Egipto, pocos parecen acordarse de Siria. Pero la realidad nos muestra que sí hay quien se fija, y mucho, en este último país, y que prepara con ahínco el día después del régimen de Bachar Asad.

Poco importa el hecho de que no sea fácil vislumbrar cuándo se producirá la caída del presidente, y ello a pesar de los signos evidentes de su debilitamiento, que en el plano internacional se refleja no sólo en el acoso al que está siendo sometido, sino en las críticas de que ha sido objeto por parte del primer ministro ruso, en el llamamiento saudí –en el Foro Económico Mundial de Davos– a que se apoye con las armas su derrocamiento o en el contenido de la Conferencia de Donantes para Siria, celebrada este miércoles en Kuwait.

En los planos doméstico y subregional, este debilitamiento se refleja en la perduración de la violencia –ya se habla de más de 60.000 muertos–, en la fatiga mostrada por el enviado especial de la ONU y de la Liga Árabe, Lakhdar Brahimi, y en el incremento imparable del número de refugiados sirios. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) los cifraba ayer martes en 708.477, cifra insoportable y capaz de desestabilizar a algunos vecinos: ya hay 171.000 en Jordania –que asimismo alberga a muchos miles de iraquíes–, 158.000 en el Líbano –lo que está alimentando las tensiones intercomunitarias– y 163.000 en Turquía, con la que la tensión no deja de crecer.

Volviendo al posible día después, abundan los motivos para la preocupación. En la Conferencia de Donantes, los más generosos están siendo los representantes de las petromonarquías del Golfo, con Arabia Saudí a la cabeza. Si la celebración del citado encuentro, patrocinado por la ONU, parece denotar la convicción de que el fin del régimen está próximo, el hecho de que Arabia Saudí, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos hayan comprometido –por ahora son sólo rumores– unos 300 millones de dólares cada uno revela un cierto éxito de la misma (la ONU se había fijado como objetivo recolectar 1.500 millones), pero puede encerrar también potenciales efectos negativos. Tal compromiso –al que a buen seguro habrá que incorporar otras aportaciones, con especial atención a la que pueda hacer Qatar– indica una peligrosa fijación de actores que lideran el sangriento pulso entre suníes y chiíes en diversos escenarios del mundo islámico y que alimentan con su dinero y con su influencia la diseminación del ideario islamista en su versión más radicalizada.

Volviendo a suelo sirio: el terrorismo del Frente Al Nusra es la cara más cruel, pero el escenario de la futura convivencia entre comunidades o las relaciones de vecindad del nuevo Estado no auguran nada bueno.

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