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¿Yihadistas nacionalistas?

Cuando el nacionalismo catalán, sea moderado o radical, entra en este juego, comete una gran irresponsabilidad.

Cuando el nacionalismo catalán, sea moderado o radical, entra en este juego, comete una gran irresponsabilidad.

El debate que se ha generado desde hace días en algunos medios de comunicación sobre la figura de Nourredine Ziani, un marroquí que preside la Unión de Centros Culturales Islámicos de Cataluña (UCCIC) y contra quien se ha dictado orden de expulsión, avalada por el CNI, entra directamente en cuestiones de política interior y no debería. Como quiera que Ziani ha venido mostrando simpatías por el independentismo, los partidos nacionalistas han querido entender la orden de expulsión y el apoyo del CNI en clave de agravio. Lamentablemente, ello lleva el debate sobre el yihadismo a donde no tiene que estar.

Los yihadistas salafistas, los salafistas a secas y la mayoría de los islamistas abominan de las fronteras nacionales, pues para ellos sólo existe Alá, y la Yihad para glorificarlo. Si Ziani entra en estos juegos políticos intraespañoles lo hará a buen seguro por oportunismo, pues sus intenciones son indudablemente otras. Cuando el nacionalismo catalán, sea moderado o radical, entra en este juego, comete una gran irresponsabilidad, mostrando además su profundo desconocimiento en la materia

Cataluña es una región española en la que el yihadismo salafista, el salafismo y otros islamismos están lo suficientemente enraizados como para que esta cuestión sea motivo de preocupación e invitación al trabajo en común entre todas las herramientas del poder –central, autonómico y local–, de las Fuerzas de Seguridad (Cuerpo Nacional de Policía, Guardia Civil, Mossos d'Esquadra, Policía Local) y del CNI. El romper la unidad de acción del Estado en materia tan importante como la lucha antiterrorista y contra el radicalismo es no sólo irresponsable sino suicida.

Recordemos que en Cataluña conviven comunidades inmigradas de muy variados orígenes, y en lo que al islam respecta tenemos allí nada menos que a la segunda comunidad de paquistaníes en Europa, tras la del Reino Unido. El buen trabajo de nuestras Fuerzas de Seguridad ha mostrado la existencia de actores radicales y se ha contribuido a neutralizarlos, pero disensiones como las susodichas y la tremenda irresponsabilidad de algunos podrían permitir, por la distracción que generan, que ese trabajo pudiera ser menos eficaz.

Toda la costa mediterránea española, sobre todo grandes polos de desarrollo como Barcelona y otros puntos de Cataluña, atrae desde hace muchos años a ciudadanos de países como Marruecos o Argelia. Aquí también, y particularmente para el caso de Nourredine Ziani, nos podemos encontrar con individuos que tienen objetivos que van más allá de vivir y trabajar tranquilamente. Aquí también, la proyección de la política exterior catalana –imposible, pues la política exterior sólo la lleva adelante el Estado– y la baja política de sectores nacionalistas puede debilitar la posición de España y permitir que otros intereses, de países terceros o de oscuros actores no estatales, salgan ganando, y todos nosotros perdiendo.

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