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Alemania y Europa

Los alemanes anhelan calma, tranquilidad, silencio y la Merkel, fina oportunista política, ha dirigido su propaganda a satisfacer y explotar esas actitudes.

Para los europeos, las elecciones alemanas son sobre todo acerca de Europa, y las numerosas incertidumbres europeas no hacen más que crear ansiedad respecto a los resultados. Para los alemanes, el tema europeo no ha sido central en la campaña, salvo para un partido nuevo, Alternativa para Alemania, cuya bandera es precisamente la vuelta al marco: en intención de voto, anda en torno al 5% que le permitiría entrar en el Parlamento.

Las previsiones son muy difíciles porque la opinión pública se ha ido volviendo muy volátil a lo largo de los últimos años, lo que convierte las encuestas en muy poco seguras o más bien muy cambiantes, a medida que se acerca el día de acudir a las urnas. Demasiados votantes deciden en el último momento y las últimas encuestas plantean dos posibilidades reales: que el partido liberal, socio menor de Merkel en el Gobierno saliente, consiga franquear la barrera del 5% y la coalición se mantenga o, de lo contrario, una indudable mayoría relativa de Merkel pero lejos de la absoluta, lo que la obligaría a la gran coalición con los socialdemócratas, eternos rivales y de vez en cuando socios a la fuerza.

En la campaña no ha habido ni ansiedad ni, apenas, Europa. Los alemanes anhelan calma, tranquilidad, silencio y la Merkel, fina oportunista política, ha dirigido su propaganda a satisfacer y explotar esas actitudes, presentándose sutilmente como genuina garante de las mismas. Pero por mucho que los europeos esperemos de Alemania liderazgo y soluciones, o al menos propuestas claras que discutir, no es eso lo que compra votos allende el Rhin. A la líder conservadora, que no ha dejado de escorarse a la izquierda, la han vapuleado por su cooperación con los sistemas americanos de vigilancia de comunicaciones, en un país muy sensibilizado contra las intromisiones estatales por su antecedentes nazis y comunistas, y por su ambigüedad en el tema sirio, que choca contra tendencias pacifistas que a su vez arrancan de la trágica experiencia de la Segunda Guerra Mundial.

Los alemanes se revuelven contra la idea, simplificada y más o menos injusta, de que tengan que ser ellos los que paguen las francachelas dilapidadoras de los poco responsables y escasamente laboriosos países mediterráneos. La política de Merkel se mueve entre las políticas destinadas a salvar la moneda común y proponer las reformas necesarias para darle un asentamiento más firme y los recelos de su electorado. Los socialistas no escapan a este dilema. Aunque su candidato, Steinbrück, favorece un cierto alivio de la austeridad contra la que se revuelven los meridionales que tienen que apretarse el cinturón, se queda muy lejos de la retórica demagógica de sus supuestos correligionarios sometidos a la dieta de gastos públicos. Con sólo diferencias de matiz y siendo el tema demasiado abrasivo en la política alemana, los grandes partidos han preferido eludirlo.

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