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Mali, epicentro del caos

Dos atentados suicidas, a finales de septiembre, nos recuerdan que el terrorismo yihadista salafista sigue golpeando

Pocos se acuerdan ya de Mali, y es que la celebración de elecciones presidenciales (en dos vueltas, el 28 de julio y el 11 de agosto), la organización de generales -próximamente- y el despliegue progresivo -desde el 1 de julio- de una misión de estabilización de la ONU, la Minusma, permite interpretar a no pocos que las cosas funcionan satisfactoriamente.

En realidad, lo que ocurre sobre el terreno, tanto en el país como en su entorno más inmediato, no permite ser tan optimista. Dos atentados suicidas, producidos en Tombuctú el 28 de septiembre y en Kidal al día siguiente, nos recuerdan que el terrorismo yihadista salafista sigue golpeando. Hay mucha confusión sobre el primero (unas fuentes hablan de dos civiles muertos -además de los cuatro suicidas-, y otras de una quincena de militares) y el segundo parece no haber provocado la muerte más que al terrorista, pero lo importante es que hay quien está motivado para cometer este tipo de crímenes y tiene el material para hacerlo, y que, aunque tales resultados puedan permitir a algunos interpretar que los terroristas ya no son lo que eran, es indudable que aprenderán de estas experiencias fallidas para la próxima vez hacerlo mejor. Además, en Mali, y a pesar de la celebración de elecciones y, en consecuencia, de los avances en el proceso de normalización política y de seguridad, los tuareg del norte y las autoridades de Bamako siguen sumidos en la desconfianza. Es más, en Kidal elementos tuareg del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad y militares malienses despedían septiembre y comenzaban octubre con combates entre sí.

En cualquier caso, los referidos atentados dan la razón a quienes veníamos advirtiendo que dispersar y no derrotar completamente a los terroristas no es un remedio permanente, sino sólo un parche. Así mismo, el entorno tampoco ofrece un panorama estimulante: en Libia, dos millones de kilómetros cuadrados de extensión sumidos en buena medida en el caos desde hace dos años, la violencia perdura –tres militares asesinados en Bengasi el 29 de septiembre en tres atentados distintos lo atestiguan–; en Argelia se sigue luchando contra los terroristas de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), que mataban con una bomba a tres personas en la región de Tebessa el pasado 24 de septiembre; en Nigeria, los terroristas de Boko Haram asesinaban a 40 estudiantes en una escuela en Gujba, en el estado federado de Yobe, el 29 de septiembre. Libia, Argelia y Nigeria son Estados clave de cara a la normalización de Mali y de todo el Sahel, particularmente del Sahel Occidental, de importancia crucial para España. Que los tres, además de Mali, sigan teniendo como perspectiva el caos no es nada esperanzador para nosotros. La amenaza de AQMI perdura, y que el argelino Said Abu Moughati haya sido designado emir del grupo en la región saheliana, en sustitución de Abdelhamid Abu Zeid, eliminado por las fuerzas chadianas el pasado febrero, lo confirma.

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