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Pedro de Tena

Carta de un escéptico en materia de religión

Desde la posición del no creyente, no puedo comprender cómo se puede ser libre sin conocer la historia completa, no cercenada, del mundo.

Cuando se comprueba que la izquierda andaluza (y española), sigue queriendo erradicar la religión de la educación y los valores cristianos de su educación para la ciudadanía, uno, escéptico en materia de religión (o no creyente o agnóstico, si se prefiere), comprende que esta izquierda carece de sentido histórico a pesar de su cacareado materialismo. No digamos ya nada de sentido común. Hace algunos días, el viejo profesor sevillano, Alfonso Lazo, diputado socialista desde la transición y cada vez más lúcido crítico de la izquierda demenciada, recordaba que mientras la Inquisición en cuatro siglos habia ejecutado a unas 6.000 personas, el comunismo había asesinado a 80 millones en 50 años. Y coronaba: "Los últimos papas (Juan Pablo II, Ratzinger, Francisco) han pedido mil veces perdón por los pecados de la Iglesia, mientras aún estamos esperando de Diego Valderas (ocurrente inventor de la Memoria Democrática) alguna disculpa por los crímenes históricos del comunismo en el mundo, incluida Andalucía durante la guerra civil".

Pero, claro, no se puede pedír perdón cuando no hay ni examen de conciencia, ni dolor de corazón, ni propósito de enmienda, claves esenciales del ejercicio autocrítico en una cultura impregnada de valores cristianos. No sé yo qué mal haría un ejercicio así a los jóvenes andaluces y españoles que empiezan a vivir. Tampoco comprendo qué mal podría hacer que se sopesara el valor cívico de las obras de misericordia. Un día le pregunté a un cachorro familiar que si había oído hablar de ellas y me dijo que no. El cachorro tenía más de veinte años y estudiaba en la Universidad. Entonces le recité algunas de las principales, que son catorce, siete espirituales y siete corporales: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, cuidar a los enfermos, enseñar al que no sabe, perdonar las injurias, consolar al triste o redimir al cautivo. Jamás nadie le había enseñado en su colegio público nada de esto. Por supuesto, no sabía apenas nada de la Biblia ni de la importancia de la historia de la Iglesia en la constitución de Europa. Ni siquiera sabía que entre los impulsores de la idea de la Europa unida había numerosos cristianos, incluyendo al gran Robert Schumann, en proceso de beatificación, por cierto.

Sinceramente, desde la posición del no creyente, no puedo comprender cómo se puede ser libre sin conocer la historia completa, no cercenada, del mundo, de Europa o la historia real de España (repaso estos días las menciones a España en la historia visigoda y son legión, precisamente en los concilios de Toledo y en las obras de San Isidoro). Tras su conocimiento, uno podrá desarrollar una crítica racional, más o menos fundamentada en hechos ciertos, sobre el papel de la Iglesia. Unos se inclinarán por apreciar la calidad e importancia de su precipitado cultural y ético y otros podrán subrayar en mayor medida sus errores y pecados.

Por tanto, desde mi posición, es imprescindible que en los colegios públicos, en los institutos e incluso en las Universidades, se conozca el origen de no pocos valores que proporcionan cemento moral a la sociedad democrática. Censurar o prohibir algo en materia de conocimiento es un ataque a la racionalidad y a la libertad. Pero eliminar de un plumazo elementos genéticos de nuestra cultura desde la pregunta por el sentido al no matarás o a enterrar a los muertos, es una locura totalitaria. Sí, en Andalucía el cambio es urgente.

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