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EDITORIAL

Una oportunidad y un inmenso reto

De hecho, y pese a que un análisis superficial pudiese hacer pensar lo contrario, la situación de España es hoy mucho más complicada que en 1975

Era obvio que tanto la monarquía como la nación necesitaban un cambio en la más alta institución del Estado. Tal y como ha defendido en numerosas ocasiones Libertad Digital, después de casi 40 años de reinado Juan Carlos I no era la persona que tanto España como la propia institución que él representa necesitaban para salir adelante en uno de los momentos más complejos de su historia.

Por eso, la única objeción que podemos plantear al súbito anuncio del Rey es que lo ha hecho en el peor momento posible y será el Felipe VI el que tenga que asumir el desgaste de las pésimas decisiones que, en el desempeño de su cargo, ha tomado su padre en los últimos años. Además, el Rey en su despedida ha vuelto a tratar a los españoles como si fuéramos menores de edad, tal y como acostumbra a hacer cada vez que se dirige a la Nación. Una decisión de semejante calibre debería ir acompañada de unas explicaciones que el todavía Rey no ha dado.

De hecho, y pese a que un análisis superficial pudiese hacer pensar lo contrario, la situación de España es hoy mucho más complicada que en noviembre de 1975, cuando la muerte de Franco dejó al Rey como Jefe del Estado. Es cierto que entonces el país se enfrentaba entonces a la difícil tarea de pasar de un régimen dictatorial a una democracia, y en una situación económica complicada; pero no lo es menos que en aquel momento toda la nación tenía claro el punto de destino del viaje y también, o al menos una amplia mayoría, las líneas maestras del camino a seguir para alcanzarlo.

Hoy, unos grandes partidos en clara descomposición proponen una reforma constitucional sin ni tan siquiera conocer ellos mismos su contenido; la izquierda está más radicalizada que nunca y la su ala más extrema más fuerte que nunca; y lo peor de todo: el reto separatista ha alcanzado un grado que ni siquiera nos habría parecido posible cinco años atrás.

La tarea del que será nuevo Jefe del Estado no es fácil y, si bien Felipe de Borbón es una persona que tiene todo lo necesario para llevarla a cabo con éxito –la inteligencia, la experiencia, la formación e incluso la presencia-, la magnitud del reto es tal que desde el primer día el futuro Felipe VI debe ser consciente de que sólo una forma de hacer muy diferente a la de su padre, en muchos sentidos, puede ofrecerle posibilidades serias de éxito.

Por supuesto, el nuevo rey deberá tener, por ejemplo, un forma distinta de acercarse a los medios de comunicación, o un comportamiento personal tan intachable como el que ha tenido hasta ahora -y que tan lejos está del de su padre-; pero sobre todo deberá afrontar sin más demora las dos cuestiones candentes que darán la medida de su reinado: el desafío independentista de Cataluña y el País Vasco y la corrupción política y sus ramificaciones en la propia Familia Real.

Pese a que la izquierda trate de aprovechar el momento para plantear sus viejas reivindicaciones republicanas, es previsible que la llegada al trono de Felipe -y Letizia- levante una ola de apoyo popular y genere una ilusión que pueden ser muy útiles tanto para la monarquía como para la nación. Pero para que esa primera reacción positiva tenga un traducción en el largo plazo y no genere un efecto contrario de decepción, el nuevo rey debe traer una nueva monarquía que será diferente o, más pronto que tarde, dejará de ser.

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