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Cristina Losada

La abdicación testa nuestra cultura política: ¡suspendidos!

La abdicación está testando el nivel de la cultura política española de nuestros días, con un resultado a veces deficiente y a veces desternillante.

Ha tenido que pasar en junio, mes de los exámenes. La abdicación está testando el nivel de la cultura política española de nuestros días, con un resultado a veces deficiente y a veces desternillante. Si esto fuera una prueba escolar habría suspensos a barullo. La decisión del Rey ha hecho que afloren los efectos de la prolongada logse que ha erosionado la vida cívica en España. Por logse entiéndase algo más que la ley circunscrita al sector de la enseñanza. Es una pauta de pensamiento y conducta, básicamente apegada al mínimo esfuerzo, la ignorancia y la irresponsabilidad, que produce una inmadurez de echar a correr y no parar hasta el Canal de La Mancha.

Puede que una se fije demasiado en los disparates, pero es que son los más gritones. Ahí tenemos a la gente que cree debe votarse sobre la monarquía o la república porque "no me preguntaron nunca por eso" o porque "yo no pude votar la Constitución". En su descargo hagamos constar que un partido de gobierno como el PSOE justifica una reforma de la Constitución alegando que la mayoría de la población actual española no ha podido votarla. ¿Entonces? ¿Cada nueva generación tiene que someter a votación la Carta Magna? Esto no se hace en ninguna parte. Las Constituciones se reforman, sí, pero no para que los recién llegados a la mayoría de edad puedan votarla cíclicamente.

Luego están los convencidos de que es preciso convocar los referéndums que les peten y a golpe de manifestaciones. Puede que lo ignoren o simulen ignorancia, pero votar sobre la monarquía parlamentaria requiere reformar la Constitución. Los que están haciendo de republicanos tendrían que ganar unas elecciones de verdad –en unas generales– para que se hablara en serio del asunto. Los mismos pasos, en fin, que habrían de dar aquellos que están por la secesión o los que están por suprimir las autonomías. ¿Que son procedimientos más complejos que votar a mano alzada en una asamblea de facultad? Pues sí. Existen para evitar que se cambien las Constituciones con menos reflexión de la que se dedica a cambiar de coche.

Por ahí andan después los que dicen, como Cayo Lara, que hemos de decidir entre la monarquía y la democracia. Este Lara, que simpatiza con repúblicas dudosamente democráticas o claramente dictatoriales, viene a decirnos que el Reino Unido, Noruega, Suecia, Dinamarca, Holanda, Bélgica o España no son democracias porque son monarquías. Cualquiera sabe que hay en el mundo monarquías parlamentarias como las mentadas de una calidad democrática muy superior a tantas repúblicas. El dilema no está entre monarquía parlamentaria y república, sino entre peor o mejor democracia. Y si algunos meditan la cuestión en términos de costes -¿qué sale más caro, un rey o un presidente?-, mediten también esto: lo barato-barato a esos efectos es la dictadura.

Si estas reacciones al asunto de la abdicación fueran evaluadas en un informe PISA, España quedaría en su sitio habitual, o sea, en el furgón de cola en materia de conocimientos sobre nuestro sistema político y el funcionamiento de una democracia. Y llueve sobre mojado. Ya se ha constatado, a raíz del desafío secesionista catalán, cuán extendida está la idea de que puede convocar referendos quien quiera convocarlos, y al margen de la ley, por supuesto. En treinta y seis años de democracia más que aprender, se ha desaprendido el abecé. Tomen nota las elites políticas y los ciudadanos adultos.

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