El dióxido de carbono es el alimento básico de todas las plantas. Su acumulación en la atmósfera estimula la fotosíntesis y permite a los vegetales un uso más eficiente del agua. Los ensayos de campo muestran un aumento en la producción de biomasa en un 20-25% en muchos cultivos si duplicamos la concentración preindustrial de CO2. Pueden leer estos datos en el informe del IPCC WG1 2013. Además, el moderado calentamiento actual ya ha originado un comienzo más temprano de la primavera y el inicio más tardío de invierno (IPCC WG2 2014, página 291f).
Resumiendo: el asesino del clima, el malvado CO2, ayuda directa e indirectamente en la lucha contra el hambre. Si ello es así, y lo es, ¿qué celebraron los participantes en la COP21 de París el pasado sábado? ¿Acaso llegaron a un acuerdo para continuar en la lucha contra el hambre? Ni mucho menos. El texto final de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Cambio Climático de la ONU establece un acuerdo jurídicamente vinculante, con objetivos revisables cada cinco años y un objetivo de limitar el calentamiento del planeta a 2 grados centígrados, sin renunciar a lograr que la cifra sea 1,5 grados centígrados. En otras palabras: descarbonización.
Vamos a descarbonizar nuestro futuro, cueste lo que cueste. ¿Las razones? La ficción de la catástrofe climática inminente se basa en dos axiomas raramente tematizados. Por un lado encontramos la creencia de que las condiciones climáticas actuales del planeta son las mejores. Después de todo, llevamos milenios acostumbrados al clima que tenemos. Por otro lado, encontramos el miedo generalizado, debidamente alimentado por los políticos y los medio de comunicación, a que cambios demasiado rápidos del clima tengan consecuencias irreparables.
Los escenarios de terror están estandarizados de acuerdo a la siguiente distribución: en algunas regiones puede disminuir el régimen de precipitaciones; si las personas que allí viven no mueren de sed , morirán de hambre debido a la reducción en los rendimientos agrícolas. En otras zonas las precipitaciones aumentarán drásticamente: la consecuencia serán grandes inundaciones y la muerte de sus habitantes. Si usted vive en una zona en la que no habrá grandes sequías ni grandes inundaciones, deberá temer morir ahogado por la subida del nivel de los océanos. Y nos lo cuentan así, como si las comunidades afectadas fuesen a quedarse mirando los cambios sin hacer nada, sin adaptar sus sistemas de suministro, pozos, tuberías, sus sistemas de tratamiento y almacenamiento de agua. La protección costera mediante diques con compuertas inteligentemente controladas y la recuperación activa de tierras (véase Holanda) parecen ser para los alarmistas del clima conceptos extraterrestres.
La adaptación en todos sus aspectos requiere una estrategia completamente diferente de la propuesta por la Conferencia Climática de París. La adaptación es un proceso eminentemente local, en el que un régimen uniforme mundial solo servirá para restringir la variedad de soluciones organizadas localmente. La descarbonización de la economía global mediante el abandono de los recursos fósiles dificulta a las economías más débiles la puesta en marcha de estrategias efectivas. Los predicadores de la descarbonización son los maestros de la coacción y la restricción. Los defensores de la adaptación, por el contrario, creen en la libertad y la abundancia para todos.
Hablo de adaptación entendida en términos de aumento de la resiliencia y al mismo tiempo optimización del uso de todos los recursos con el fin de obtener efecto positivo en cualquier futuro imaginable.
Después de todo, desconocemos por completo las verdaderas consecuencias globales del cambio climático. Tal vez no sean todas negativas, ni siquiera la mayoría. Piensen detenidamente: ¿podemos prohibir el calentamiento global? ¿Sirve de algo fijar sobre el papel un aumento de temperatura global? El futuro nos dará las respuestas, sin duda. Los tratados, no.