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Regino García-Badell

'Txapote' y Manson

De cómo trata la Justicia norteamericana al asesino de Sharon Tate y cómo trata la española al de Miguel Ángel Blanco. Quien quiera reflexionar, que reflexione.

De cómo trata la Justicia norteamericana al asesino de Sharon Tate y cómo trata la española al de Miguel Ángel Blanco. Quien quiera reflexionar, que reflexione.

Uno de los éxitos editoriales del año pasado en Estados Unidos fue una novela de una jovencísima californiana, Emma Cline (1989), The Girls. Una novela que fue inmediatamente traducida al español (Anagrama, septiembre de 2016) con el previsible nombre de Las chicas.

Con una inteligencia inusitada en una autora tan joven y con bastante maestría a la hora de estructurar la narración, Cline recrea el ambiente en la California del verano de 1969, y, sobre todo, de lo que pudo ser el grupo que se formó alrededor de una especie de gurú, que en la novela se llama Russell aunque para todos los lectores está meridianamente claro que se trata del tristemente célebre Charles Manson.

Un Manson que se aprovechó del ambiente de libertad, de inconsciencia y de permisividad de aquella época para abducir a unos cuantos jóvenes, especialmente chicas (de ahí el título de la novela), y llevarles a cometer una serie de crímenes espeluznantes. El más famoso y tremendo fue, en agosto de aquel año, el que tuvo por víctimas a la actriz Sharon Tate, mujer de Roman Polanski y embarazada de ocho meses y medio, y a cuatro personas más que se encontraban en su casa de Beverly Hills.

La Policía tuvo bastantes problemas para encontrar a los autores de la matanza, pero cuando lo consiguió y los llevó a juicio fueron condenados a cadena perpetua sin remisión posible, y no a muerte porque una decisión del Tribunal Supremo de California eliminó la pena capital en 1972.

La lectura de la buena novela de Emma Cline me hizo googlear a los asesinos para saber qué había sido de ellos y, en primer lugar, de las chicas que dan título al libro y que entraron en prisión a fines del 69 o en el 70.

Susan Atkins (1948 –pongo el año de su nacimiento para que se sepa la edad que tenían cuando cometieron sus asesinatos–) murió en prisión en 2009, tras 40 años de cárcel; Patricia Krenwinkel (1947) sigue presa y parece que está rehabilitada, después de 47 años; Leslie van Houten (1949) también sigue en la cárcel: en abril del año pasado el comité de libertad condicional de California votó a favor de que se le concediera la condicional, pero el gobernador del Estado, el demócrata Jerry Brown, ha bloqueado hasta hoy su puesta en libertad.

El gurú de la banda, Charles Manson (1934), también sigue en la cárcel a sus 83 años; en 2012 hubo una revisión de su condena, con el resultado de que le denegaron la libertad condicional y le anunciaron que no puede pedir otra revisión hasta 2027, cuando cumplirá 93 años.

En la cárcel de Huelva se encuentra cumpliendo condena un tipejo, Javier García Gaztelu, que para sus acciones criminales dentro de ETA se hacía llamar Txapote. Está condenado a 450 años de cárcel por los asesinatos de –entre otros– Miguel Ángel Blanco, Fernando Múgica, Gregorio Ordóñez y el policía Alfonso Morcillo. Acabamos de enterarnos de que el juez de vigilancia penitenciaria José Luis Castro le ha dado permiso para que salga de prisión y vaya a visitar a su anciano padre, que está enfermo. Todo dentro de la ley; de una ley, la española, que se basa en la concepción de las penas de prisión como procedimiento para lograr el arrepentimiento y la reinserción social de los delincuentes. Algo que, sin embargo, en el caso de este sujeto todavía no ha ocurrido, según los informes de la Junta de Tratamiento de la prisión onubense.

Que los crímenes de las chicas fueron terribles no ofrece dudas. Pero no es difícil encontrar algún atenuante, como la perversidad del gurú que las había seducido o las drogas que tomaban. Muchas menos dudas ofrece la inhumanidad de los asesinatos del tal Txapote, que disparó tres tiros en la nuca a un indefenso Miguel Ángel Blanco, por recordar sólo uno de sus crímenes. Y, en vez de atenuantes, cualquiera puede encontrar agravantes de premeditación, alevosía y, además, intención de humillar al Estado de Derecho y a la nación de todos los españoles.

Probablemente sea superior en lo moral la concepción de nuestro ordenamiento penitenciario que la del norteamericano, pero también hay que reconocer que la solidez y la solera de su Estado de Derecho son mayores que las del nuestro.

Aquí quedan lo datos. El que tenga oídos para oír que oiga. Y el que quiera reflexionar que reflexione.

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