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El Club de los Viernes

((Liberalismo de estrambote))

Nada hay más lesivo para una idea, o para una filosofía vital, que caer en el ridículo. El ridículo hace que toda idea que cae en él, por acertada que sea en su base, por moralmente elevados que sean sus objetivos, por muy ciertos que sean los postulados de los que parta o las conclusiones a las que llegue, sea desechada por la sociedad de forma rápida y acrítica.

El liberalismo es un camino. Un camino que debe transitarse de forma coherente con la realidad político-social en la que vive la sociedad que se pretende mejorar. Porque la realidad político-social, nos guste o no, existe; y el objetivo del liberalismo no es, no debe ser, crear de la nada un hombre nuevo en una sociedad nueva. Eso se lo dejamos al marxismo y a sus derivados.

La defensa del derecho a la libertad política de las distintas comunidades humanas, sean estas las que sean y tengan el tamaño que tengan, no puede defenderse desde una posición descontextualizada. La defensa que en estos días vemos por parte de algunas figuras del liberalismo patrio del derecho a la autodeterminación política de cualquier comunidad humana, llámese administrativamente comunidad autónoma, provincia, municipio, ciudad o barrio, olvida que no se puede pedir lo máximo si no está garantizado lo mínimo. Olvida que solo los hombres libres pueden decidir en libertad. Olvida que una persona sometida a un severo adoctrinamiento ideológico, privada parcialmente de sus derechos civiles, sometida sistemáticamente a represión financiera sobre sus bienes y propiedades, despojada de la libertad de educación, no es libre. Olvida en definitiva que hoy, en España, los mayores atentados contra las libertades civiles se desarrollan en muchos casos bajo el poder de gobiernos autonómicos. Así pues, ¿de qué le sirve a un hombre ganar una nación y perder sus libertades?, ¿de qué vale ganar una supuesta libertad política si con ella se profundizaría en la pérdida de muchas otras libertades civiles?, ¿acaso puede un pueblo ser más libre siéndolo menos los individuos que lo forman?

Aseguremos primero las libertades básicas en toda España y después que cada uno defienda, como hombre libre, sus ideas nacionales. No alentemos desde un liberalismo de salón ideas irrealizables hoy en día. No intentemos dar soporte ideológico desde el liberalismo a movimientos políticos que solo conducirán, en las actuales circunstancias, a una pérdida evidente de libertades. Porque si, tras una declaración de independencia, existe un evidente panorama de pérdida de libertades educativas (adoctrinamiento nacionalista exacerbado), lingüísticas, financieras (corralito), de movimientos (fronteras), etc., ¿de qué vale postular, en este contexto, que existe un supuesto derecho de autodeterminación política, y que este supuesto derecho debe ser defendido y amparado desde posiciones liberales? En realidad, la respuesta a estas cuestiones es que sirve para caer en un ridículo del que será muy difícil salir, y lo que menos necesita el liberalismo hoy en día es ser catalogado como una ideología ridícula, alejada de la realidad y solo apta para elucubraciones teóricas. Bastante dura es ya la batalla ideológica que hoy venimos dando desde posiciones liberales; no nos lo pongamos más difícil.

España necesita hoy, como siempre, desarrollar una serie de reformas encaminadas hacia una mayor libertad individual en todos los ámbitos, y en esa labor debe centrar el liberalismo sus esfuerzos, pero sin perder nunca de vista que la casa de la libertad debe edificarse sobre los sólidos pilares de las libertades individuales. Porque el liberalismo político debe tener unas bases sólidas si pretende no degenerar en una vaga colección de ideas estrambóticas que puedan ser usadas posteriormente por advenedizos políticos. En este caso, el liberalismo político, haciendo nuestras las palabras del evangelista (Lucas 6:48), debería ser "semejante a un hombre que al edificar una casa cavó hondo y echó cimiento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el torrente dio con fuerza contra aquella casa, pero no pudo moverla porque había sido construida sobre roca". Desde una perspectiva liberal, la roca sobre la que debemos basar siempre cualquier construcción política es la defensa irrenunciable y primaria de los derechos individuales básicos de todo hombre. Será esta roca firme la que pondrá a salvo cualquier construcción político-social de los torrentes de naturaleza estatalista y populista que constantemente amenazan y amenazarán nuestra convivencia.

El daño que se hace al liberalismo hoy, en España, defendiendo supuestos derechos políticos a nivel de comunidad autónoma, a sabiendas de que tras ello vendrá la vulneración de derechos mucho más fundamentales, y en cualquier caso previos, es inmenso. Porque, como dice la conocida frase atribuida a Juan Domingo Perón, "de todos lados se vuelve, menos del ridículo".

En España

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