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Pedro de Tena

¿Quién será el cobaarde pecador de la pradera?

A pesar de las apariencias y las maledicencias, en España nunca hubo café para todos en la organización territorial del Estado.

En realidad, a pesar de las apariencias y las maledicencias, en España nunca hubo café para todos en la organización territorial del Estado. Ni antes de la II República ni después de ella. Tampoco hay cosa tal en la Constitución de 1978. De hecho, en su Disposición Adicional Primera se regresa a la legislación antiliberal derivada del fin la primera guerra carlista para respetar el régimen foral de País Vasco y Navarra, legislación que, con sus correspondientes actualizaciones, ha privilegiado con claridad a los ciudadanos vascos y navarros. La buena voluntad de la Transición fue tal que incluso creyó en la lealtad de todos los nacionalismos patrios. A cambio de importantes grados de autonomía y descentralización de competencias administrativas, con mucha mayor generosidad que la República de 1931, se confió en la sinceridad de los partidos nacionalistas.

Lamentablemente, en el País Vasco y Navarra cachorros marxistizados del PNV, alentados por parte de la Iglesia, se dedicaron a asesinar ciudadanos para que pudieran recogerse las nueces de la independencia, y en Cataluña se apostó por la paciencia hasta la independencia, que ya ha estallado. Esto es, la felonía nacionalista contra los españoles ha sido pérfida, alevosa y deshonesta. De otra parte, y debido a una legislación electoral que daba sobrerrepresentación a los nacionalismos en las Cortes, los gobiernos de la Nación tuvieron que recurrir desde 1993 a diferentes pactos políticos destinando suculentas partidas a descafeinar lo que iba quedando del café para todos autonómico. Pero tampoco.

Silenciado el contubernio vasco-navarro, se creyó que el café para todos, gracias a la contestación andaluza, llegaría desde el resto del norte al resto de España. Pero luego surgió el federalismo asimétrico del socialista Maragall para descafeinar a las demás regiones españolas mediante un estatuto que consagraba un trato privilegiado para Cataluña, en fiscalidad y en competencias, similar al de vascos y navarros, cuando menos.

Tras la vergonzosa payasada de la independencia, con el honorable fistro Jindemón al frente incluso, y otra vez, de parte de la Iglesia, y después de la aplicación del 0,155 (Federico predixit y dixit), los hay que quieren que los ciudadanos de la España que quede, que ya hemos visto lo que hemos visto, aceptemos ser menos iguales que otros, en la creencia de que con nuestra humillación y nuestro empobrecimiento relativo se terminarán todos los procés, el catalán, el vasco y los que siguen. Lo que comenzó el PSOE, amontillado ahora por Pedro Sánchez, lo sigue el Gobierno de los acomodadores Rajoy, Sáenz de Santamaría y Dastis, y ya veremos dónde llega esa espesa marea urdida para anestesiar y robar otro sorbo del café, ya aguado, a las tazas del resto de España.

La experiencia dice que más de lo mismo no servirá para nada salvo para engordar la tramoya nacionalista hasta la próxima y más robusta declaración de independencia. Pues peor para la experiencia. Ahora sólo queda conocer quién será el primer cobaarde pecador de la pradera que se atreverá a consumarlo con claridad. Le estaremos esperando a partir del día 21 de diciembre, porque hasta entonces las mentiras serán atronadoras.

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