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Elías Cohen

Yemen: el conflicto olvidado

La guerra en el país más pobre de la Península Arábiga es más importante de lo que se piensa en Occidente.

La guerra en el país más pobre de la Península Arábiga es más importante de lo que se piensa en Occidente.
Wikimedia Commons

"Yemen: la guerra que el mundo ignora". Así titulaba The Economist la semana pasada su número dedicado a la desconocida y poco mediatizada guerra en Yemen. La portada del semanario británico salía sólo unos días antes de que uno de los protagonistas indiscutibles de ese conflicto, Alí Abdulá Saleh, anterior presidente autoritario del país, fuera asesinado por sus anteriores enemigos y luego aliados, los huzis, el grupo rebelde apoyado por Irán que domina la capital, Saná, y los principales puertos del Mar Rojo.

Antes de que estallara el conflicto en 2014, Yemen ya era el país más pobre de Oriente Medio. Según la ONU, la yemení es la peor crisis humanitaria del momento: tres cuartas partes de los 28 millones de habitantes del país dependen de la ayuda humanitaria. Además, el Yemen sufre hoy el peor brote de cólera de los últimos tiempos. La guerra se ha cobrado hasta ahora unas 10.000 víctimas, la gran mayoría civiles (en Siria han muerto 400.000).

La tragedia yemení no ha tenido la cobertura mediática que sí ha tenido la siria, quizá porque está más lejos y porque no hay yemeníes llamando a las puertas de Europa. El conflicto que ahora azota el Yemen comenzó en 2014, es cierto, pero hunde sus raíces en los años más difíciles de la Guerra Fría.

Después de la guerra civil de 1962-1970, el país se partió en dos. El norte quedó bajo un régimen islamista y el sur adoptó el marxismo y se alineó con la Unión Soviética. El norte y el sur volvieron a enfrentarse en 1972 y en 1979, y, después de varios acuerdos de paz fallidos, en 1990 se aprobó finalmente una Constitución que volvía a unir el país. El nuevo Yemen nacía con la intención de explotar sus reservas petrolíferas y abrirse a la inversión exterior. La calma duró poco, porque en 1994 estalló otra guerra civil, en la que Saleh se erigió como dictador cleptómano –aún no se conoce la cifra exacta que él y su séquito robaron mientras la población vivía con 3 dólares al día–. Los huzis, un grupo rebelde formado por zaidíes –secta chií a la que está adscrita el 40% de la población– y apoyados por Irán, se enfrentaron, desde 2004 a 2010, a las tropas gubernamentales de Saleh. Con la balanza a favor de Saleh, en 2011 llegó la Primavera Árabe y miles de yemeníes salieron a la calle a protestar contra su régimen. Saleh se vio forzado a dimitir y delegar el poder en su vicepresidente, Mansur al Hadi, y, tras una conversaciones de paz lideradas por la ONU, en 2014 se aprobó una nueva Constitución que repartía el poder parlamentario entre el norte y el sur.

Sin embargo, los huzis no estuvieron de acuerdo con el arreglo apadrinado por la comunidad internacional y, en una alianza non sancta con Saleh –que, suponemos, ansiaba volver al poder–, declararon la guerra total al Gobierno de Hadi. Las fuerzas de Saleh y los huzis tomaron a principios de 2015 la capital y llegaron hasta Adén, donde Hadi se había refugiado para escapar luego a Riad. Hadi permanece a día de hoy en Arabia Saudí y la ONU le sigue reconociendo como presidente legítimo de Yemen. El pasado mes de marzo, el Gobierno de los huzis lo condenó a muerte in absentia.

Hadi pidió ayuda al entonces ministro de Defensa y hoy hombre fuerte y transformador de Arabia Saudí, Mohamed ben Salman. Desde entonces, los saudíes se implicaron a fondo en la guerra civil y lideran una coalición de suníes contra los huzis. Se trata de una campaña de bombardeos hasta ahora poco exitosa pero que ha destruido las infraestructuras del país y en la que los civiles se han llevado la peor parte. Entre tanto, Al Qaeda en la Península Arábiga se ha hecho con el control de una parte del territorio.

El pasado 4 de noviembre los huzis lanzaron un misil que tenía como objetivo el aeropuerto de Riad; los saudíes lo calificaron como un "acto de guerra". El 4 de diciembre los huzis asesinaron a Saleh después de unos días de cruentos enfrentamientos con sus partidarios en Saná. Lo acusaban de haber negociado en secreto con la coalición liderada por los saudíes –aunque se presume que ellos también han hecho lo mismo–. De hecho, según afirman fuentes de inteligencia, el líder de los huzis, Abdelmalik al Huzi, estaría dispuesto a negociar, disposición que puede cambiar de la noche a la mañana si una facción más radical se hace con el liderazgo de los huzis. Mohamed ben Salman está decidido a continuar con la guerra en Yemen, tomar Saná y expulsar a los huzis, pero el grupo apoyado por Irán se ha hecho fuerte y, aunque están armados por los EEUU y por Gran Bretaña, los saudíes no están consiguiendo avances significativos.

Los huzis nunca tuvieron una agenda política clara, sostiene April Longley Alley, del International Crisis Group; y su gestión en el territorio que controlan es ineficiente. No obstante, son un satélite de Irán y, si no se alcanza una solución negociada, resistirán hasta el final en su lucha contra la coalición suní.

Yemen es, sin duda, el ejemplo más claro de la locura geopolítica que trajo la Primavera Árabe y es también la primera línea de batalla de la guerra de baja intensidad entre los suníes, encabezados por Arabia Saudí, y los chiíes, liderados por Irán. Por encima de todo, es un conflicto olvidado por los occidentales en el que se juega y se pone a prueba el futuro de Oriente Medio y de las nuevas alianzas regionales.

© Revista El Medio

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