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Pedro de Tena

Elecciones contra el aburrimiento

No somos vasallos sino ciudadanos de a pie y en pie y vamos a terminar con este aburrimiento insoportable.

Menos mal que los Reyes Magos siguen ganado su peculiar batalla contra los invasores del Norte de diversos nombres y los embozados del solsticio de invierno. Es, con la erección de Tabarnia, lo único que nos ha aliviado de este mal del aburrimiento que asola a los españoles. Hemos constatado que los Magos de Oriente son los únicos capaces de alimentar la ilusión en los corazones de niños y mayores desde que nacemos hasta que morimos, sea con muchos o pocos posibles. Es una de las cosas que el socialismo ha hecho bien en Andalucía: no meterse ni con la Navidad, ni con los Reyes ni con la virgen ni con las cofradías ni con tradiciones en general. Hasta querían seguir tirando pavas desde la torre de Cazalilla, la patria chica del pretoriano Zarrías que mañana vuelve a la silla de los acusados del caso ERE junto con los 21 coprocesados. Hasta el Kichi se da cuenta del peligro. No, Carmena no.

Aburrimiento es una palabra interesante porque, aunque ha concretado su significado en el cansancio ante lo mismo, en el no tener ganas de nada, en el fastidio de vivir siempre las consecuencias de un Día de la Marmota de despertares y dinosaurios que allí siguen, en origen significaba otra cosa. Aburrirse procede –Corominas y Pascual dixerunt- de ab horrêre y horrêre significaba "erizarse" (el pelo, de miedo, de horror). O sea, que aburrirse tiene que ver con aborrecer, con sentir aversión a algo. Sí, los españoles estamos aburridos en todos los sentidos. Aborrecemos el que una y otra vez se ponga en cuestión la nación española y sentimos aversión por quienes, con sus chalaneos, enjuagues, indecencias, recovecos legales varios y subterfugios politiqueros impiden que salgamos de una vez de ese bucle melancólico que nos tritura lanzándonos una y otra vez desde la Constitución al siglo XIX y a la guerra civil y vuelta. Unos por activa y otros por pasiva, pero ahí están cuando nos despertamos todos los días.

Por eso nos hacen falta elecciones; no para salir del paso, sino para salir del caso, de este caso casi incurable que es España de una puñetera vez. Las personas sensatas, que son la mayoría de los ciudadanos, saben que hay que terminar con algunas cuantas cosas que ya han demostrado que no funcionan y poner en marcha otras nuevas que necesitamos para que finalmente esta España nuestra se reencuentre, se quiera sin complejos y se sienta orgullosa de ser lo que es y puede ser. Por eso hacen falta elecciones, unas elecciones que se tomen en serio, a nivel estatal, autonómico y municipal, la necesaria reforma de la vida nacional. Podemos combinar muy bien la libertad con la justicia, pero debemos corregir un rumbo que casi nos hace descarrilar. Menos políticos, menos chiringuitos regionales, menos adoctrinamientos, menos impuestos y más sociedad civil, más información veraz, más solidaridad real, más educación de calidad y más ciudadanos.

No es todo, pero todo va en la ola que viene desde el fondo sentimental de muchísimos españoles y que va a crecer en los próximos meses y años. El que sepa traducir este movimiento en un programa político va a terminar con los restos de quienes han tenido en sus manos las llaves de los cambios y no tuvieron el coraje de hacerlos. El pesimismo servil de "qué buen vasallo si oviesse buen señor" se ha acabado. No somos vasallos sino ciudadanos de a pie y en pie y vamos a terminar con este aburrimiento insoportable. Elecciones ya para cambiar de una vez la tradición malsana de maltratarnos sin misericordia, que esa sí es una tradición indeseable.

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