Tras el encuentro en Cornellá–El Prat (el estadio del Espanyol de Barcelona), Gerard Piqué, que previamente había mandado callar a la afición perica, abrió el pico para decir: "Son de Cornellá. Están cada vez más desarraigados de Barcelona. Tienen un presidente chino. Pueden decir que son de Italia, China o Tabarnia".
Estas declaraciones, con un claro espíritu supremacista o racista tan inherente al independentismo, deberían conllevar, además de una queja de la Embajada de China en España, una sanción ejemplar por parte de las instituciones futbolísticas pertinentes. El Espanyol tendrá que pagar la más que segura sanción económica que le van a imponer desde la Liga por los aberrantes insultos de su afición a Shakira, pero Piqué también debería pasar por caja o por la grada en algún encuentro.
Que el Espanyol simboliza todo lo que odia Piqué es evidente. Los pericos, aunque tibios y equidistantes ante la presión independentista, observan ahora cómo en sus gradas florecen banderas de Tabarnia. El otro gran club de Barcelona representa a la Cataluña moderna, con nuevo estadio y con una entidad cuya apertura mental les permite recibir dinero de aquel que está dispuesto a darlo por salvar la entidad.
Pero Piqué, de mentalidad tractoria, también ha pretendido dar lecciones de arraigo con sus cuentas siempre a salvo en Madrid y con la camiseta de la selección española guardada en el armario. Y es que así es una minoría ruidosa de catalanes: con la cara le piden al mundo que atienda sus pretensiones y con la mano cobran de todo lo que representa España.
Sólo en un país como el nuestro podría ocurrir que dos tractorios independentistas como Piqué y Alfred García (de los García de toda la vida), nos representen en el próximo mundial de fútbol y en Eurovisión, respectivamente. Es evidente que tenemos lo que merecemos.