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Antonio Robles

La perversión de la democracia

Imagínense que en las rutas de la droga de las costas de Andalucía el narcotráfico adquiriese unas dimensiones de violencia y poder capaz de comprar, chantajear y corromper instituciones, cuerpos de seguridad del Estado, jueces y ciudadanos. No hace falta que fuercen la imaginación, en el Medellín de Pablo Escobar o en la ciudad mejicana de Juárez ya pasó, como ha ocurrido en Sicilia con la Mafia a lo largo de la historia. ¿Cómo combatir esa lacra? ¿Qué hacer para restaurar el orden legal del Estado?

Por muchas preguntas que nos sigamos haciendo, en ningún caso nos plantearíamos la siguiente: ¿qué podemos hacer para convivir con el narcotráfico? Por muchas propuestas que imagináramos, ninguna pasaría por la seducción, el apaciguamiento o la conllevancia como fórmulas necesarias para atraerlo a la legalidad. A no ser que ese delictivo Estado paralelo fuera tan poderoso que no nos quedara otra que dialogar y claudicar.

En cualquier caso, en una atmósfera social así, nadie más que los propios mafiosos defendería la legitimidad de su opción política. Por el contrario, el resto de los ciudadanos y los responsables políticos detestarían su comportamiento y no les concederían legitimidad política alguna.

Entonces, ¿por qué tantos políticos y ciudadanos cierran los ojos ante ese golpismo catalanista de guante blanco que se ha erigido en un Estado paralelo, que no respeta la separación de poderes, que ha convertido el Parlamento de Cataluña en fuente de soberanía por encima de la propia soberanía constitucional y amenaza cada día de la semana con imponer una república, sin conciencia alguna de pervertir la democracia?

En 2016, Joan Tardà nos dio las claves mentales de ese mecanismo perverso capaz de blanquear comportamientos manifiestamente fascistas recurriendo a un viejo concepto pujolista, la normalización: "En 2003 hicimos los tripartitos para normalizar el independentismo y fue un éxito. El 2004 hicimos la investidura de Zapatero porque decíamos lo siguiente: vamos a hacer con la izquierda española una parte del viaje hasta la estación federal. Cuando lleguemos al Estado federal español, la izquierda española bajará del tren y nosotros continuaremos hasta la estación final, que es la república de Cataluña".

Si no podemos convivir con quienes crean estructuras de Estado paralelas al Estado de Derecho para delinquir, ¿por qué sí con el golpismo de guante blanco?

La respuesta está en la percepción de la realidad, en la perversión de la democracia. Ese es el problema de Cataluña, el no percibir como una banda de mafiosos al cártel del 3%, el aceptar como medios políticos legítimos la violación de la legalidad, incluso anunciarla con luz y taquígrafos, el no cortar de raíz los desplantes al Poder Judicial, el pervertir la mente de nuestros hijos desde la escuela con la impunidad que lo hicieron regímenes fascistas como el de Mussolini o la falsa revolución cultural de Mao Tse-tung; el mentir, manipular y desplegar una pedagogía de odio a España con buena conciencia, y contar con la estupidez de varias generaciones de Gobiernos de España que no supieron, no quisieron y seguramente no se atrevieron a utilizar la violencia legítima del Estado de Derecho con la determinación que garantiza la legitimidad política de una democracia.

Si el último pardillo de la Moncloa sigue empeñado en intercambiar baratijas y espejitos con fascistas posmodernos es porque aún sigue bajo el influjo de una hegemonía moral nacionalista que nos impide ver su alma mafiosa.

De tanto mentirnos y negarnos como españoles, hemos acabado por normalizar el incumplimiento de la ley, y hemos perdido toda legitimidad moral para oponernos con determinación a los delincuentes que han hecho de ese desplante, el ejercicio de la política.

Cuanto antes perdamos el respeto y el miedo a estos mafiosos, antes nos daremos cuenta del fascismo posmoderno al que estamos sometidos. Y antes podremos librarnos de él. Tomar conciencia del mal, esa es la cuestión.

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