Las encuestas electorales muestran un giro progresivo en el electorado que podría desembocar en un cambio histórico en la Junta de Andalucía. Si se consumara esta tendencia se pondría fin a casi cuatro décadas de socialismo; cuatro décadas en que el PSOE ha gobernado la región como un cortijo, a base de caciquismo y escandalosa corrupción, y que han hundido Andalucía en los ránkings españoles y europeos de bienestar y desarrollo.
Los estudios demoscópicos vaticinan una fuerte caída del PSOE, aunque la pésima Susana Díaz podría volver a gobernar, en el peor de los casos gracias a la extrema izquierda de la fanática ignara Teresa Rodríguez. Pero el margen es tan estrecho que es perfectamente concebible un vuelco que acabe por desalojar del poder a los socialistas.
Ahora bien, para consumar el cambio sería necesario que el Partido Popular, Ciudadanos y Vox dejasen de atacarse y se centraran en proclamar la imperiosa necesidad de desmontar un régimen, el del corrupto e incompetente socialismo andaluz, tan lesivo para los andaluces y para el resto de los españoles.
El hartazgo de cada vez más andaluces puede traducirse, sí, en la materialización de una alternativa de gobierno. Pero esa oportunidad de cambio se frustraría si los tres partidos que pueden protagonizarla se empeñan en minar sus propios intereses a base de cargar los unos contra los otros, espectáculo tan estéril –de ahí no salen votos– como insensato y vergonzoso.
Andalucía necesita un cambio de régimen, dejar atrás cuanto antes tantas décadas de corrupción y mal gobierno. Es lo que quieren los votantes de Ciudadanos, PP y Vox, y lo que no perdonarían a sus representantes si, teniendo la oportunidad, la desperdiciaran por cuestiones absolutamente nimias. Es muchísimo lo que está en juego. En la Andalucía de Susana Díaz y en la España de Pedro Sánchez.