El tópico en la literatura es que los personajes que sermonean a los demás son siempre los más conservadores. La realidad actual, sin embargo, es bien distinta. Si usted lee un comentario moralista, predicando una determinada conducta como buena y otra como mala, lo más probable es que proceda de un personaje que se autodenomina progresista. Si escucha a alguien proponiendo la tipificación como delito de una determinada acción, verá que detrás de la nube de palabras hay un político o comentarista de la izquierda. No escuchará mucha variedad argumental. Casi siempre son variaciones sobre un mismo tema: según ellos, todos los que no son de izquierdas maquinan, engañan o hacen trampas para perjudicar a la gente.
Sin embargo, uno ve que la ministra-portavoz del gobierno socialista ha ocultado en su declaración obligatoria un enorme patrimonio inmobiliario de viviendas y fincas de lujo. Grave es que falte a su obligación de declarar todos sus bienes al acceder al cargo. Pero lo que es insufrible es tener que aguantar a los políticos socialistas y podemitas hablando constantemente de la propiedad privada como un robo, y de la propiedad inmobiliaria como de un crimen contra la gente que no puede tener una vivienda digna.
Grave es que la ministra socialista de Justicia hable en sus distendidas reuniones con sus buenos amigos -el comisario encarcelado Villarejo, el juez condenado Garzón, etc.- de mujeres utilizadas como prostitutas para obtener información. Lo insoportable es que el gobierno del que forma parte y la izquierda parlamentaria que lo ha apoyado, constantemente, esgriman un feminismo excluyente y agresivo, como si los demás desearan lo peor a las mujeres, incluidas las propias mujeres que no son de izquierdas.
¿Quién es homófobo? Por definición, para la izquierda, lo es todo el que no es de izquierdas. Pero es la misma ministra de Justicia del mismo gobierno socialista la que habla de una personalidad pública gay en unos términos que no son precisamente como para ir por la vida dando a los demás lecciones de tolerancia.
Podríamos seguir con los ministros socialistas que recurren a construcciones legales que les permiten pagar menos impuestos; no seré yo quien reproche a nadie que intente pagar los menores impuestos posibles, pero que no nos sermoneen este partido socialista y sus aliados de extrema izquierda a quienes defendemos abierta y limpiamente que debe bajar el gasto público y deben bajar los impuestos.
Esta es la izquierda que llama especulador a cualquiera, pero cuyo ministro de Exteriores recibe una sanción muy grave por vender acciones utilizando información privilegiada.
Este es el Gobierno de Pedro Sánchez, el que da a todos lecciones sobre dictaduras, pero se pasea por La Habana del brazo de una banda de tiranos con 60 años de experiencia como dictadores, incluyendo el uso de mano de obra en condiciones de explotación laboral. El socialismo que tiene su referente cercano en Rodríguez Zapatero, que sigue defendiendo ya casi en solitario a Maduro y a su criminal dictadura venezolana.
Es esa izquierda de España la que da lecciones cuando debería pedir disculpas, la que descalifica moralmente a sus oponentes políticos, en lugar de debatir con ellos. Esa izquierda de tiempos de Sánchez es la que va a ser juzgada en las urnas de Andalucía el próximo domingo. Lo importante es ver si sus apoyos crecen o disminuyen. Si en su primera cita electoral, la coalición izquierdista de Pedro Sánchez sube o baja. El domingo, los andaluces tienen la ocasión de decir con su voto que no les gusta cómo va España, ni les gusta tampoco que les den lecciones los que tienen tanto de lo que avergonzarse.