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Pedro de Tena

De los barullos y chanchullos en Andalucía

Conocida es la tesis de los delincuentes más avispados que, para que triunfe algún chanchullo, es preciso antes organizar un barullo.

Lo que está ocurriendo en Andalucía deja entrever no poco barullo dando una idea de la escasa entidad de los dirigentes de este proceso por todas las partes y una inquietante probabilidad de chanchullo que trae a la memoria aquello del Gatopardo, de que todo cambie para todo siga igual o incluso para que nada cambie.

El barullo de la izquierda se centra en la insistencia de Susana Díaz de presentar su candidatura, aludiendo a su legitimidad como vencedora electoral. Parece no querer recordar que Javier Arenas ganó con 50 escaños las elecciones de 2012, 17 escaños más que los alcanzados por ella, y que PSOE e IU impidieron su gobierno con un pacto y olvida completamente que, en el Congreso actual, Pedro Sánchez, con 84 diputados, gobierna la Nación con pactos discutibles y espurios frente a un PP que tiene 50 escaños más.

Si es cierto que el PP defendió durante años que quien ganaba las elecciones debía gobernar – y no lo defiende cuando no le conviene-, no menos cierto es que los pactos poselectorales consagran las efectivas mayorías de gobierno y que Susana Díaz, por ahora, no la tiene. Es más, pretender que la nueva presidenta del Parlamento andaluz, Marta Bosquet, acepte su candidatura es pedirle que prefiera una candidatura inútil a una con posibilidades de consolidación, si Vox así lo decide.

Otro barullo de la izquierda procede de la incomprensible estrategia de Podemos e IU en la Mesa de la Cámara andaluza. Por no haber querido aceptar pactos con PSOE e incluso con Ciudadanos – recuérdese el cafelito en la Estación de Jerez -, se han quedado sin puesto con voz y voto en dicha Mesa y lo que es más tonto, dejan a PP y Ciudadanos las manos libres en la Mesa por no necesitar el voto de Vox. Un pan como unas tortas.

Pero para barullo el organizado por la izquierda andaluza con motivo de la postura de Vox sobre la Ley de Violencia de Género modificada el pasado verano en Andalucía por el gobierno de Susana Díaz. Se sabe que es una ley ineficaz, como ayer demostró con toda claridad Manuel Llamas en Libertad Digital y ya denunció Ciudadanos en 2015. Se sabe que es una ley "ideológica" y discriminatoria que ni UPyD en su día, ni Ciudadanos ni el PP han querido admitir nunca, aunque finalmente lo hicieran a regañadientes en la etapa de "hundimiento ideológico" de un Rajoy claudicante y un Albert Rivera cada día más decepcionante.

Que oponerse a esa ley sea sinónimo de extrema derecha o de machismo o incluso, como ha calumniado abiertamente Teresa Rodríguez, de complicidad con el "feminicidio", es parte del barullo. El mismo Aznar – y puede consultarse en las hemerotecas -, se oponía en su época de presidente del gobierno a la teoría de las cuotas femeninas y a las discriminaciones, positivas o negativas, en este terreno y cualquier otro. Era una manera de impedir la igualdad ante la ley y la presunción de inocencia y el valor del esfuerzo y la calidad. O sea, que el centro derecha, desde 2004, se ha tragado no una tapa, sino toda una ración de ideología de género sin inmutarse. Y Ciudadanos - memento Marta Rivera de la Cruz, sobre todo -, defendía cargarse la Ley de Zapatero hasta en 2015.

Conocida es la tesis de los delincuentes más avispados que, para que triunfe algún chanchullo, es preciso antes organizar un barullo. En política no hay diferencia en cuanto a esta táctica heredada de la magia espectacular: distraer la atención para que el truco no se descubra.

También Vox ha contribuido al barullo porque, de mantener su tesis de fidelidad al voto de 400.000 andaluces, no podrá acordar casi nada con nadie y eso impedirá un gobierno de cambio en Andalucía, cambio que dijo, inicialmente, que no obstaculizaría.

Su barullo podría conducir al chanchullo que quienes no quieren cambio alguno y el sostenimiento del régimen. Abascal, que es quien corta el bacalao de verdad en todo, debería meditar sobre la rigidez de una postura que podría conducir de un mal menor – un cambio con matices y cesiones -, al mal absoluto – la continuidad del régimen-, un horizonte que desata escalofríos y terrores.

Su barullo puede alcanzar proporciones épicas si no votan en la primera votación o votan en contra en la sesión de investidura al candidato común, Juan Manuel Moreno, de la entente PP-Ciudadanos. No digamos ya si tampoco lo apoyan en la segunda, cuando sólo es necesaria la mayoría simple. Susana Díaz podría entonces proponer con derecho su propia candidatura ante el "fracaso" de las "derechas".

Una cosa es el derecho de Vox a ser oídos y escuchados si se quieren sus votos – algo que el PP y Ciudadanos, sobre todo, tiene que entender de una puñetera vez -, y otra dinamitar la esperanza, por mínima que sea, de un cambio, por ínfimo que sea, en Andalucía y, posteriormente, y ya no tan menor, en España.

Por ello, es meritorio el papel del PP de Pablo Casado, que no de Ciudadanos, de templar ánimos y tender una escala con su propuesta de limar la actual Ley de Violencia de Género en la dirección de una mayor igualdad de los hombres en el barullo de las normas sobre violencia de género, en su concreción andaluza.

Ello le puede permitir a Vox volver a interesarse sobre los 88 artículos restantes del acuerdo de gobierno PP - C´s, antes que empecinarse sólo en el relativo a la violencia de genero que, además, puede modificarse desde el gobierno andaluz primero y luego, desde un posible gobierno nacional.

El chanchullo, que podría crecer hasta proporciones inquietantes, podría urdirse entre PSOE, Ciudadanos, sí, sí, Ciudadanos, que ya tiene la presidencia del Parlamento, con la abstención de Podemos, con el fin de evitar nuevas elecciones autonómicas.

Insisto en que a la suma de los 33 diputados de Susana Díaz y los 21 de Ciudadanos sólo les faltaría un voto para conseguir la investidura de Susana Diaz, o la de Juan Marín, no se olvide, que es la propuesta del sector sanchista para matar dos pájaros de un tiro: mantener la estructura y el poder del PSOE andaluz con el sacrificio forzoso de la trianera. A estas alturas, no parece imposible lograr que alguien cambie o preste su voto tras un fracaso del centro derecha para impedir el desmoronamiento de la izquierda en Andalucía.

Y luego están los chanchullos que laten tras el barullo general. Ciertamente, los ciudadanos pueden asistir atónitos a este baile de disfraces y sentirse decepcionado por la falta de principios de sus representantes y la ausencia de solidez de los contratos programáticos electorales. Es más, pueden sentirse desorientados puesto que la mayoría no lee ni programas, ni pactos, ni nada y están al albur de la propaganda "negra" (la orientada a desinformar o a neutralizar informaciones veraces). Es lo que hay: la democracia no es perfecta y las decisiones no están siempre amparadas por razonamientos y racionalidades.

La pregunta se hace pesada, grávida, incluso lastimosa. ¿Merecen la pena algunos chanchullos para salir del barullo y el apabullo del régimen andaluz y sus consecuencias para la libertad, la democracia y el bienestar de los andaluces o es preferible arriesgarse a una hecatombe política, no sólo andaluza, sino nacional, permitiendo la posibilidad de que la tela de araña andaluza se perpetúe y el gobierno de Pedro Sánchez se reedite con la colaboración de los separatismos y otros enemigos de España? Nadie y nada es perfecto, con faldas a lo loco o a lo cuerdo.

Lo que no se entiende de ninguna manera, o es que yo estoy obtuso por los excesos y los polvorones, es que Vox, que tiene la sartén por el mango, y el mango también, durante toda la legislatura que puede comenzar este mes de enero, vaya a renunciar a este privilegiada posición.

Sus 12 escaños le van a permitir condicionar todas y cada una de las iniciativas parlamentarias del nuevo gobierno PP-Ciudadanos, en el que nunca ha querido estar, y tener una proyección nacional inesperada hasta hace unos meses. Distinguir entre lo esencial y lo accidental viene de Aristóteles, fíjense.

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