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Emilio Campmany

¿A qué van?

Los dos badulaques permiten que, en esa disputa que tienen por liderar el centro-derecha, sea el PSOE quien tercie.

Los dos badulaques permiten que, en esa disputa que tienen por liderar el centro-derecha, sea el PSOE quien tercie.
Pablo Casado y Albert Rivera | Cordon Press

La estrategia de Pedro Sánchez es casi ingenua de puro evidente. Tras unas elecciones en las que metió a todas "las derechas" en el mismo saco, ése que etiquetó con un letrero que decía "La foto de Colón", ahora las divide convocando a las dos supuestamente más moderadas y desdeñando a la tercera por radical. Para atraer a las incautas, Sánchez les ha agitado desde el umbral de la Moncloa la medallita de hojalata, más falsa que una sortija de roscón, con la que condecorará al jefe de la oposición. Uno, el más simple, cree que efectivamente está en manos de Sánchez otorgar la ambicionada distinción. El otro, algo más avisado, piensa que la conseguirá yendo al palacio a cantarle las cuarenta al convocante.

Fundamental en el truco que emplea esta especie de monarca laico, reyezuelo cateto de pocas luces que no pasa de guapo de bolera que es Sánchez es discriminar a Vox. "Queridos Pablo y Albert: a pesar de lo que he dicho durante la campaña, sé que no sois lo mismo que Abascal. Reconozco en vosotros genuinas convicciones democráticas, y por eso nos, desde nuestra majestad, hemos decidido descender a consultaros acerca del futuro Gobierno". Y los muy idiotas van. Como si, para demostrar lo muy centristas que son, tuvieran que avalar antes el imaginario centrismo del PSOE. Lo que en realidad están haciendo es permitir al PSOE arrogarse la función de dar patentes de constitucionalismo. Y eso pretende hacerlo quien dos días antes de convocar las elecciones aceptó que un mediador terciara en el supuesto conflicto entre España y Cataluña, que es en sí mismo una traición a la Constitución, además de una afrenta a la unidad de España. Y a la convocatoria de ése, acuden.

Casado estará tan contento de verse tan centrado, saludando a quien hace unos días tildara de traidor y demostrando así su buena disposición a traicionar él a su vez a sus electores, los que de verdad se creyeron que él creía, como ellos, que Sánchez había traicionado a España aceptando negociar con los independentistas. Y Rivera también lo estará de que le den la oportunidad de parecer el jefe de la oposición permitiéndole ir a la Moncloa a decirle a Sánchez que no pactará con él, demostrando así su deseo de renunciar a ser bisagra del sistema y su decisión de optar a ser mayoría de gobierno algún día. No se puede ser más bisoño.

En todo este asunto priman las fotos. Sánchez aparece sonriente, todo él investido de auctoritas y potestas, fingiendo ser el gran socialdomócrata moderado que no es. Lo hace estrechando la mano de esos dos líderes centristas, tan centrados ellos que ningún inconveniente pueden tener en tratar con alguien igualmente centrado. Los dos badulaques permiten que, en esa disputa que tienen por liderar el centro-derecha, sea el PSOE quien tercie. Cuando, en realidad, no es Sánchez el que decidirá. Será el electorado. Y no es razonable esperar que prefiera al que más se deje manejar por Sánchez. Eso no es ser centrista, eso es ser tonto.

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