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Pedro de Tena

Un escapulario de Ávila y la libertad

Los totalitarios se impondrán si los demócratas no hacemos nada.

Escribo estas líneas desde Ávila, una ciudad asombrosa que todo español debería conocer para conocerse. Ayer tuve una iluminación sobre los peligros que corre la democracia española, ese portento que un señor de la provincia, Adolfo Suárez, logró hacer real formalizando una transición reconciliadora desde una dictadura, otra de las numerosas gestas nacionales que seguimos sin valorar adecuadamente. Me sobrevino la luz visitando la casa natal de Santa Teresa. No soy creyente, pero soy respetuoso con todo lo que recíprocamente me respeta. Allí, entre campanas y el rezo de un rosario en plena novena de la Virgen del Carmen –de carmelitas vamos, claro está–, observé un tenderete gobernado por devotas y situado a la entrada de la iglesia con diversos objetos destinados a la venta al público.

Rosarios, estampas, misterios, recuerdos de la santa y otros artículos, había escapularios. Unos diminutos, como los de la infancia que muchos recordarán, y otros, más grandes, los de la Virgen del Carmen, colgantes de pecho y espalda, famosos siempre por poseer –y hasta el viajero decimonónico Richard Ford lo mencionó en Cosas de España (1846)– la virtud de reducir al mínimo las penas del Purgatorio. Es más, según la tradición sólo durará la estancia en ese infierno menor hasta el sábado siguiente de la muerte si en ese momento se portaba el escapulario. Pero lo importante fue la frase que una de las mujeres que lo vendían me dijo cuando me lo incluía en una bolsita de plástico: "Ya ve usted, yo lo llevaría por la calle, pero tal y como están las cosas, no puedo".

Tal y como están las cosas. Esto es, era una mujer con miedo, con temor a llevar un símbolo de su fe religiosa por la calle. La verdad es que me impresionó, y fue cuando sentí la iluminación de que hay algo que está corroyendo la sociedad española heredera de aquella transición que, a pesar de sus defectos, fue un modelo a seguir por todo el mundo. Vivimos en una nación en la que pueden hacerse fiestas y caravanas de los diferentes orgullos, donde hay diferentes manifestaciones públicas y expresiones radicales sobre un aluvión de cosas diferentes, pero una señora de Ávila, devota de Santa Teresa, siente angustia por salir a la calle con su escapulario de la Virgen del Carmen.

No es que me diera pena, es que sufrí un ataque de indignación. No hace mucho que la intolerancia repulsiva de una izquierda enferma que no ha sido nunca, no es ni quiere ser demócrata ha maltratado a Ciudadanos en Sevilla y Madrid por estar presente en una celebración del Orgullo LGTBI. Pero ese agravio con agresiones lo fue por causa de Vox, la ya famosa derecha más extrema al parecer del mundo mundial por orden de una izquierda con infalibilidad para dictaminar esencias y atribuir pecados. Pero, díganme, ¿se conoce algún acto de Vox que haya agraviado, insultado, menospreciado, agredido o violentado a alguien en este país? Aquí, lo que conocemos y de lo que hay pruebas suficientes es que ETA y otros grupos izquierdistas o separatistas son los que han matado por razones políticas a ciudadanos demócratas, y que son colectivos y manadas de izquierda y separatistas los que agreden a quienes discrepan de ellos. Nadie más, ni PP, ni Cs, ni Vox, ni siquiera el PSOE, con algunas lamentables excepciones, ni tampoco IU, con otras, ha destrozado sedes ajenas ni golpeado ni violentado a nadie. Recuérdese: los que presentaron a una candidata a la alcaldía de Ávila que había sido condenada por asesinato fueron otros.

Pero no sólo los hechos son importantes. También lo son las palabras, los mensajes, los recados, subliminales o no, que se lanzan sobre la conciencia y el ánimo de las personas. ¿Qué señales, qué avisos, qué intuiciones puede haber tenido una señora de Ávila para tener miedo de llevar su escapulario del Carmen por la calle, objeto que tiene derecho a portar como otros exhiben tatuajes, velos, banderas o carrozas?

La tolerancia, virtud esencial de la democracia, y uno de sus elementos genéticos, exige reciprocidad. Es esa reciprocidad lo que se está perdiendo en la democracia española, más que claramente en la izquierda política radical, que no en Vox ni en Ciudadanos, ni en el PP, ni siquiera en el PSOE y mucha IU. Algunos no entienden que una sociedad democrática puede ser gobernada por los partidos ganadores de unas elecciones limpias, pero no debe ser invadida, ocupada, dominada y atemorizada por ellos, ni por nadie.

Y volvemos a lo mismo. Los totalitarios se impondrán si los demócratas no hacemos nada. Todavía estamos a tiempo. Por ello, adquirí uno de aquellos escapularios. Faltaría más.

En España

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