Menú
Pedro de Tena

Ni a la izquierda ni a la derecha

De lo de las derechas y las izquierdas ya estamos hasta el gorro los que llevamos en la vida bastantes años. Tan h

De lo de las derechas y las izquierdas ya estamos hasta el gorro los que llevamos en la vida bastantes años. Tan hasta el gorro estábamos que incluso la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en octubre de 1999, publicó en uno de sus Papeles y Memorias una serie de aportaciones acerca del significado real de derechas e izquierdas en el mundo actual donde no quedaba nada claro qué se quería decir en esa simple topología política más de 200 años después de la Revolución francesa. Lo único que sabemos con certeza es que si los que se dicen de izquierdas te califican de derechas es para identificarte con el franquismo, con el egoísmo, con la monarquía, con los empresarios, con el machismo, con la desigualdad, con los privilegios y un largo rosario de pecados sociales que te harán un monstruo pleno de maldad intrínseca. Si la cosa se pone radical pueden acusarte de ser incluso fascista o nazi o mataclima.

Al contrario, si uno de derechas califica a alguien de izquierdas, es para identificarlo con lo peor del comunismo internacional ahora bolivariano, con modos fanáticos de gobernar, con igualitarismos antilibertades, con una superioridad moral impostada, con el feminismo más inclemente (nosotras parimos, nosotras decidimos incluso sobre el código penal), con el sexo como bandera, con el Frente Popular golpista, con la beneficencia estatal ahora disfrazada de solidaridad, con los trabajadores asalariados, con la República, con una España descuartizada, con el chollo internacionalista del medio ambiente, con el proislamismo y el filoterrorismo…

Pero eso no son más que esquemas mentales enfermizos que unas minorías, que gozan de la regalía que concede la democracia española a los políticos, se aplican publicitariamente para alterar el resultado de unas elecciones que desde 1978 han convertido a los partidos políticos en verdaderos señores feudales del reino presupuestario –casi medio billón de euros anuales– y de la vida nacional. Entre 2008 y 2018, los Presupuestos han crecido de los 300.000 millones hasta los 472.000, mientras que el PIB ha crecido sólo de 1.1 a 1.2 billones, lo que da una idea del poder creciente de todos los partidos sobre la vida española y del peso de lo público sobre lo privado.

Ni unos partidos ni otros respetan demasiado la personalidad de los ciudadanos, ni su inteligencia, ni defienden sus libertades, ni atienden adecuadamente los servicios públicos (eso explica que la sanidad privada crezca como crecen otras cosas), ni actúan democráticamente dentro de sí mismos (son despotismos de hecho e incluso caudillismos) , ni cumplen lo que prometen en las campañas, ni permiten que decidamos el uso de nuestros dineros, ni defienden como país serio nuestras fronteras, ni la educación y la sanidad nacional comunes o la comunicación veraz y plural, ni un amor necesario por la Patria presente en cualquier francés o americano (hasta en el Trafalgar de Galdós se dibuja el patriotismo), ni actúan consecuentemente según sus valores y principios (ahí quedan Rajoy y su espantá o los de Galapagar con su chaletón), ni dicen la verdad como norma moral obligada (Pedro Sánchez dice y se desdice como quiere), ni respetan el dinero público…

Lo dejaremos ahí porque cualquiera de nosotros podría escribir veinte folios o más sobre el desastre de políticos –y sólo se ha mencionado a los que dicen ser españoles, más o menos– que asola a esta nación. De los Pujol, Junqueras, Puigdemont, señoritos nuecetarras y demás felones ni hablamos.

Por ello, hay que dejar claro que la necesaria resistencia democrática nacional, además de otros elementos, debe defender un modo respetuoso, democrático y nacional, de tratar a los que somos la inmensísima mayoría, fuente de la soberanía y del poder. La reacción nacional que deseamos no está a la derecha ni a la izquierda de nadie, como decía Gómez Dávila. Está frente a estos modos pervertidos de tratarnos como máquinas expendedoras de votos de vez en cuando para enseguida apoderarse del usufructo de nuestro capital político nacional.

En España

    0
    comentarios