La España de Sánchez: 8 naciones y una mancomunidad
Dando por hecho que asume la doctrina de las naciones de Iceta, podemos descubrir qué es de verdad España para Sánchez.
Que Pedro Sánchez es una máquina de mentir no era algo que fuésemos a descubrir a estas alturas, pero su despliegue de trolas durante la primera jornada de la sesión de investidura ha sido algo que podría recoger el Libro Guinness de los Récords para colocarlo, por ejemplo, al lado del mayor comedor de salchichas o de la más grande colección de relojes de cuco.
Sin embargo, intervención tras intervención y mentira tras mentira, a Sánchez se le ha ido entreviendo alguna verdad, es lo normal cuando tus ideas son tan poco profundas que acaban transparentándose como tela fina.
Y entre estas verdades que hemos entrevisto a mí me llaman la atención dos: la total falta de escrúpulos –tampoco es novedad– y la idea de España que tiene, aunque más bien deberíamos decir ideica, porque la cabecica no da para más.
Sánchez ha dicho lo contrario de lo que dijo hace unos meses y probablemente algo diferente de lo que dirá en unas semanas, sólo se mantiene inalterado el tono extremadamente chulesco que suele gastar en sus intervenciones en el Congreso, en las que siempre muestra una seria indignación cuando alguien no nacionalista amenaza con no votarle, ahí sí que se cabrea.
Mientras tanto, en un momento en el que parece que todo se puede poner en almoneda, Sánchez se ha limitado a hablar de cómo la diversidad enriquece a España y de otras vaguedades, y se ha mostrado orgulloso de cosas como la sanidad, la educación, los servicios públicos y los impuestos. Ahí están, esos son, los únicos motivos de orgullo español para el hombre que quiere presidir España.
Así, dando por hecho que asume la doctrina de las naciones de Iceta –y si algo podemos dar por hecho es que es el catalán el que decide sobre eso en el PSOE–, podemos descubrir qué es de verdad España para Sánchez: ocho naciones desperdigadas por ahí y una mancomunidad de servicios públicos y cobro de impuestos.
Todas y cada una de esas naciones merecen respeto cariño y unas formas parlamentarias exquisitas, lo hemos visto este sábado: incluso la que en cierto sentido representa un Rufián al que sólo le han faltado escupirle en la cara al del PSOE. Unos desprecios a los que Sánchez respondía con coba, cera, cariño y una delicadeza parlamentaria con la que se podrían cultivar orquídeas en lugar de cardos borriqueros, que, modestamente, me parece una forma vegetal más comparable al portavoz-intelectual de Esquerra.
En cambio, como bien ha comentado Arrimadas, todo lo que ha sido amor y lisonja con cada uno de los separatistas era insulto, displicencia y chulería con los constitucionalistas, porque si algo ha dejado claro Sánchez es que, si tiene que elegir, él prefiere las nacioncitas a la mancomunidad. Y visto así, es difícil reprochárselo, porque ¿quién puede sentir algo de cariño por una mera mancomunidad?
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