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Pedro de Tena

España desconsolada

Ante esta ofensiva sin escrúpulos ni piedad, los supuestos representantes de la sociedad abierta española están paralizados.

El desconsuelo es una de las formas poco contenibles de la tristeza, esa emoción que nos invade ante la imposibilidad de evitar una tragedia. Presiento que está emergiendo, por vez primera desde hace muchos años, una España desconsolada, ese conjunto creciente de españoles que perciben la inutilidad de sus esfuerzos para el más noble intento, sí, noble, a pesar de todo, de hacer de la nación española una sociedad digna y democrática. Nuestro desconsuelo, yo soy de estos nuestros, no es por la maldita pandemia del virus de Wuhan. En España hemos tenido epidemias de muchos tipos a lo largo de siglos, más letales incluso que la presente, y a todas hemos sobrevivido a pesar de los muertos a llorar. No. Nuestra desolación procede de la íntima convicción de que quienes dirigen el Estado, Gobierno y oposición, con contadas excepciones, están contaminados por otro virus –Ortega le llamó el particularismo–, que les impide pensar en la nación como un proyecto común en libertad donde nadie es más que nadie, pero donde todos pueden diferenciarse por el esfuerzo vital que deciden hacer.

La deriva de los marxismos, sea el cínico y deformado de los sanchistas, sea el neocomunista bolivariano de los podemitas, está siendo definitiva. Siempre lo ha sido, puesto que en la ideología germinada en el marxismo clásico sólo hay un grupo de personas capaz de comprender la Historia y su sentido, que es lo que les confiere legitimidad y deslegitima al resto de la humanidad. En consecuencia, sólo su partido puede hacer avanzar el desarrollo humano al estadio superior de la dictadura del proletariado (hoy irreconocible) que conducirá al comunismo total. Para conseguir esto, todo está permitido y cualquier circunstancia debe ser politizada sectariamente, desde la guerra a la peste. democracia liberal, esto es, la que consagra más o menos nuestra Constitución, no es más que un escalón a utilizar en este ascenso al paraíso, no un fin ni un bien en sí mismo.

Dicho de otro modo, se trata de que agua, energía, vivienda, transporte, profesión, trabajo, escuela, universidad, comunicación, salud y demás elementos necesarios para la vida de personas y familias queden en manos de un grupo de políticos profesionales iluminados que finalmente degenerará en una dictadura personal, como brillantemente caricaturizó Trotsky. presencia del virus de Wuhan ha liberado los frenos de esta estrategia siempre latente y la declaración del estado de alarma le ha permitido experimentar los primeros esbozos de cómo un Estado despótico, blando o duro, podría ser parido desde la Constitución de 1978 como la mariposa sale de la crisálida, por usar la imagen de Bernstein.

Ante esta ofensiva sin escrúpulos ni piedad, los supuestos representantes de la sociedad abierta española, que van desde el socialismo democrático a la derecha liberal conservadora más radical, están paralizados. El socialismo democrático, el que acepta la Constitución como un límite infranqueable, el de los Múgica, Redondo, Boyer y otros, ha sido extinguido en el PSOE y éste es incapaz de reconducirse en una alternativa visible. Ciudadanos, un partido oportunista sin contenido filosófico respetable ni estrategia de profundidad política, ha saltado por los aires a la primera dificultad debido a su inconsecuencia.

El PP, desgastado por el liderazgo de un Rajoy que tuvo en sus manos cambiarlo casi todo democracia en mano y que despeñó a su partido al barranco donde se encuentra, ha sido incapaz de demostrar un rumbo liberal-conservador definido y un respeto democrático por quienes le han apoyado, intelectuales, medios de comunicación y entes de la sociedad civil, con grave perjuicio, en numerosos casos, de sus carreras y trayectorias. Sus prácticas han recordado siempre a las del autoritarismo altanero y arbitrario y su aparato ha terminado siendo más que parecido al de los marxismos. Vox, que no es sino una versión más radical del PP, parece no entender otra cosa que no sea diferenciarse como sea para obtener más apoyos cuando haya elecciones, si las hay. Hemiplejia moral y política y miopía.

Esto es, ante un frente que tantea la reformulación estatal-socialista de la Transición y la vuelta al espíritu de la república de 1936, los partidarios de la democracia abierta y liberal se muestran desgarrados e inútiles para detener tal ofensiva. No parece que ni unos ni otros hayan aprendido nada de la crueldad de nuestra historia reciente, y ninguno de ellos muestra respeto alguno para los sujetos de la democracia que son, que somos, los ciudadanos de la nación española. ¿Cómo no vamos a estar desconsolados?

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