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Agapito Maestre

Estado de excepción en El Escorial

No puedo dejar de anotar aquí un suceso personal que confirmaría que estaríamos en un estado de excepción.

No puedo dejar de anotar aquí un suceso personal que confirmaría que estaríamos en un estado de excepción. Después de 40 días de confinamiento, aunque mejor sería llamarle de arresto domiciliario, me atreví a sacar el coche para hacer la compra. Necesitaba alimentos para otras dos o tres semanas. Bajé al aparcamiento, provisto de guantes y mascarilla, arranqué mi coche no sin dificultades, pues que llevaba sin funcionar más de cuarenta días, y fui conduciendo hasta el Mercadona más próximo a mi domicilio de encierro. En la puerta del afamado y magnífico negocio de alimentación, dirigido por uno de los hombres más inteligentes de España, el señor Roig, me esperaba una persona, quien provista de guantes y mascarillas se acercó a mi coche. Bajé la ventanilla y extendí el brazo para entregarle una nota de compra, que llevaba apuntados todos los alimentos y productos de cocina y baño que deseaba adquirir. Inmediatamente, y siempre a más de un metro de distancia, volví a hacer la misma operación y le entregué una suma de dinero, más o menos calculado, a la persona joven que tan amable y generosamente se había prestado para hacerme la compra. El tiempo de esa operación fue breve. Me quedé esperando en mi vehículo y pensé que había venido Dios a verme con esta ayuda. Era un gran auxilio. Yo, como otros millones de españoles, formo parte por mi edad de ese grupo de riesgo con el que se ha cebado la covid-19.

Esperé el regreso de mi ángel de la guarda, naturalmente encerrado en mi coche, y me dio por pensar que no había alegría sin sufrimiento. Quizá esta época también ha servido para mostrar que la humanidad, o mejor, la humanidad de los españoles, no era tan inhumana como algunos creían. Solo bastaba ver a las personas que han muerto en esta epidemia por salvar otras vidas. Pocas veces en la historia reciente de España hemos podido comprobar el noble significado de la palabra vocación. Esa voz interior, voz de la conciencia, que llama a algunas personas a ejercer determinada actividad profesional aun a riesgo de perder la vida, ha sido escuchada, reconocida y amada por millones de españoles durante todo el tiempo que llevamos confinados. Los españoles no hemos tenido mejor motivo de agradecimiento que aplaudirles, alentarles y darles cariño todos los días con un fuerte aplauso a la 20:00 h. No creo que sea suficiente. Algún día tendremos que rendir los españoles un verdadero homenaje a esa vocación, algo que no se lo apropie el poder, para saldar cuentas con nuestra conciencia. Las personas que trabajan en nuestro sistema sanitario conforman, en verdad, el arquetipo de la vocación. Nunca confunden medicina y negocio. Son enamorados de su profesión, a la que sirven en exclusividad y con un desinterés absoluto, y, además tienen aptitudes muy específicas…

Mientras esperaba que mi caritativo y esforzado ángel custodio hiciera mi compra, mis pensamientos fueron interrumpidos por un agente de la autoridad, un policía municipal, que colocó su vehículo al lado del mío. Salí de mi ensimismamiento al instante. Bajé la ventanilla, me inquirió a voces desde su coche: "¿Qué hace aquí?". Esperando una compra de Mercadona. No se contentó con mi respuesta. Salió de su vehículo y le entregué los documentos que me requería y, como comprenderán, le expliqué lo que acabo de contarles a ustedes más arriba. Después de hacer sus diligencias, pudo comprobar que mi singular ángel llegaba cargado de leche, magdalenas, sopas, ensaladas, café, carne, pescado, frutas, etcétera… Le pedí permiso para salir del coche y ayudarle a cargar la compra en el maletero, pero me dijo que no estaba autorizado a salir de allí, entre otros motivos porque habría infringido mi confinamiento. Me quedé estupefacto.

Sí, yo debería haber hecho la compra, según el agente de la autoridad, en San Lorenzo de El Escorial y no en El Escorial, donde estábamos situados. Tendría que sancionarme a través de la Delegación del Gobierno. Traté de razonar que este supermercado era mi centro de compra cotidiano y, además, era el único Mercadona que había en la zona de El Escorial, pero apenas me prestó atención… Otro agente municipal sin mascarilla y sin guantes, que llegó caminando desde otro coche aparcado unos metros más atrás, me aconsejó guardar silencio y esperar la sanción. Leche. Salieron a escapes y yo me quedé hundido. Salí de mi pozo casi al instante. Y le dije a mi conciencia: "Esto está mal". Esto se parece a un estado de excepción. Los buenos agentes municipales de El Escorial habían sorprendido en su municipio a un ciudadano de San Lorenzo de El Escorial. Sería sancionado, curioso, porque esperaba encerrado en el coche a que su ángel guardián le hiciera la compra en el Mercadona de El Escorial. ¡Surrealista situación!

No, no creo que el asunto sea surrealista. Ojalá fuera un exagerado comportamiento de profesionales del orden sin vocación ciudadana. Ojalá consiguiéramos explicar esta peripecia personal, este asalto de derechos, fijándonos en la psicología de los agentes municipales. No. Seguramente, los policías municipales actuaron de acuerdo con la norma y con su conciencia. El problema es otro más grave. El estado de alarma dictado por el Gobierno atenta contra derechos fundamentales de los ciudadanos. ¿Vulneración de derechos fundamentales? Creo que es la expresión adecuada para referirse a este asunto. Parece que se me han conculcado dos derechos fundamentales garantizados por la Constitución, a saber, la libertad de desplazamiento y la libertad de mercado. Mi opinión está avalada por especialistas en la cuestión. Mercedes Fuerte, catedrática de Derecho Administrativo, después de considerar "desproporcional y exagerada situación actual de obligatoriedad de confinamiento ya que afecta a todos los sitios por igual cuando, por ejemplo, hay pueblos en España que en dos meses no han registrado ningún contagio", afirma que el estado de alarma no es la figura adecuada en estos momentos.

La Constitución Española admite, ante situaciones excepcionales, adoptar unas medidas singulares, pero con unas condiciones que aquí no se han dado. El estado de alarma no puede en modo algunos suspender derechos fundamentales. Según la experta jurídica de la Universidad de León, "lo procedente ante esta pandemia hubiera sido la declaración del Estado de Excepción". "En virtud de la Constitución, pero también de una ley orgánica que se aprobó en el año 1981, mediante un estado de excepción sí se pueden establecer algunas especificaciones sobre derechos fundamentales como la libre circulación, la libertad de expresión, de reunión o el derecho de manifestación", explica. Coincide con su opinión José Eugenio Soriano, director del departamento de Derecho Administrativo de la Universidad Complutense de Madrid:

Con el estado de alarma no puede haber una ablación de derechos fundamentales. Estamos con una libertad de circulación totalmente intervenida y eso es muy serio.

¡"Ablación de derechos fundamentales"! Ésta es la expresión que mejor le cuadra a mi peripecia en las puertas del Mercadona de El Escorial. Y todo sin salir de mi coche.

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