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Luis Herrero

La fortaleza imaginaria

Los datos de la gestión sanitaria son de suspenso, todo apunta al rescate económico, la división de poderes se prostituye y la polarización social se agudiza.

Los datos de la gestión sanitaria son de suspenso, todo apunta al rescate económico, la división de poderes se prostituye y la polarización social se agudiza.
El jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa celebrada en el Palacio de la Moncloa, este domingo. | EFE

El Gobierno está gastándose un pastón, más de cinco millones de euros, en una campaña propagandística espeluznante. Haber visto hace unos días el mismo camisón publicitario en las portadas en todos los diarios del país, con la rúbrica del Gobierno de España a pie de página, pone los pelos como escarpias. Parecía el trailer de la distopía a la que Sánchez quiere conducirnos: uniformidad informativa y subordinación a las consignas oficiales. Todos los borregos adocenados en el mismo redil. El lema de la campaña es igualmente escalofriante: "Salimos más fuertes" rezaba —y reza todavía— la inserción financiada con dinero público por el jerarca de La Moncloa. No concibo una provocación intelectual más aviesa.

Individualmente, ¿quién sale más fuerte? ¿Las personas que han perdido a sus seres queridos? ¿Los trabajadores que se han quedado sin empleo? ¿Los que temen quedarse sin él? ¿Los empresarios aún no saben si podrán reflotar su pequeño negocio? ¿Quienes ya saben a ciencia cierta que no podrán hacerlo? ¿Los pacientes que soportan las secuelas del virus? ¿Los sanitarios que se han enfrentado a él sin equipos de protección adecuados y pagan ahora la factura del estrés? ¿El 95 por ciento de no infectados que se saben carne de cañón ante el eventual rebrote de otoño? Que alguien me diga, por favor, qué individuos tienen razones objetivas para pensar que son más fuertes ahora que hace cuatro meses.

Probablemente, el vocero monclovita de turno me replicaría que la campaña gubernamental no hace referencia a la fortaleza individual con que salimos de la pandemia, sino a la robustez social que hemos desarrollado durante la amenaza. Ahora somos más fuertes como país, como grupo, como sociedad. Si ese fuera el argumentario, la provocación pasaría a ser aterradora. Para empezar, porque es metafísicamente imposible que la debilidad de las partes se traduzca en la fortaleza del todo. Si cada uno de los individuos que forman una comunidad se sienten más vulnerables, la sociedad que los agrupa no puede ser más robusta. Por lo demás, que las murallas del país están más escuchimizadas es algo patente.

Lo reconocen, tal vez sin querer, los mandamases del Gobierno. Iglesias viene alertando desde hace tiempo de la amenaza en ciernes de una asonada militar auspiciada por el apoyo de políticos cainitas, jueces reaccionarios, empresarios avariciosos, medios de comunicación financiados por el Ibex y militares retrógrados. Sánchez, por su parte, afirma que hay que limpiar las fosas sépticas del ministerio del Interior de bacterias que contaminan la higiene de la Guardia Civil y la policía. ¿Acaso esas referencias describen el cuadro clínico de un Estado más fuerte? Si la democracia corre peligro y los guardianes de la ley están levantiscos, ¿de qué fortaleza hablamos?

Los datos de la gestión sanitaria de la pandemia son de suspenso, la evaluación de las magnitudes económicas apuntan a la inexorabilidad del rescate, el encanallamiento del debate público va a más cada día, la polarización social se agudiza, la división de poderes se prostituye, la mentira se apodera del discurso oficial, el parlamento se convierte en una fábrica de decretos, los contrapoderes institucionales se atiborran de clientelismo gubernamental, la acción del Gobierno cimbrea entre rectificaciones constantes y los enemigos de la idea de España celebran con cava la vuelta inminente a la mesa de la autodeterminación. Suma y sigue. ¿Alguien me puede decir, por favor, de qué fortaleza hablamos?

Sólo un estúpido o un loco se atrevería a decir, creyéndoselo de verdad, que salimos más fuertes. El episodio Pérez de los Cobos compendia a la perfección las pautas de conducta que imperan en el sanchismo: abuso de poder, burla de la ley, venganza, intimidación y mentira. Sánchez ha dejado claro que está dispuesto a hacer cualquier cosa para preservar la imagen de su Gobierno, aunque sea obligando a los servidores del Estado a que hagan algo ilegal, y que convertirá la cabeza de los insumisos en badajos de campanas de advertencia para que todo el mundo sepa cuál es el precio de la desobediencia. Y si le pillan, por supuesto, negará los hechos como un cobarde. ¿Salimos más fuertes? A otro perro con ese hueso, Sánchez. Salimos —si salimos— bastante más jodidos.

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