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Pedro de Tena

Me acuso de ser un inocente

La democracia reconciliadora y pacífica es y será imposible si admite en su seno a quienes  ni son demócratas ni quieren serlo

No, no de ser inocente. Un español , dice nuestra leyenda negra, no es inocente por principio. Los españoles no somos inocentes de nada. Todos los presuntos pecados de nuestra historia los comete de nuevo cada generación, porque así conviene a los enemigos, externos e internos, de España. Es muy sencillo, verán. ETA es inocente de haber matado a casi mil ciudadanos porque, claro obraba de buena fe democratizando de un tiro en la nuca a los españoles que seleccionaba con alevosía, civiles, militares o mediopensionistas. Pero yo que no he matado ni secuestrado ni puesto bombas a nadie no soy inocente porque soy y me siento español. Soy culpable desde habernos encontrado con América hace cinco siglos hasta del desgobierno de los países de habla española que hace doscientos años que son independientes.

Me acuso de ser un inocente, esto es, un ingenuo, un cándido, un tontaina que se ha creído el cuento de la democracia. Ya saben que hace cuatro décadas y media salimos de una dictadura derivada de la Guerra Civil que padecimos y que se ensayó una reforma pacífica para consolidar un gobierno democrático. Ya se sabe que la nuestra es una sociedad plural y diversa y que, para que todos se sintieran confortablemente en ella, era preciso construir unas instituciones inclusivas que fueran perfectibles con el paso del tiempo. Así lo creyeron muchos españoles, a derecha e izquierda, incluso muchos comunistas. Sólo los terroristas de ETA y algunos tapados del PSOE y del PCE, decidieron que esa nueva España debía ser destruida.

Ya no me cabe duda alguna de que hay grupos y partidos que van a cargarse el gran invento moral de la transición. No se trata de mejorar lo que se ha hecho regular o mal, sino que se trata de destruir a la nación española. No se trata de reconciliarnos, de convivir, de tolerarnos unos a otros. No. Se trata de volver a incendiar los ánimos políticos, sociales y éticos para volver precisamente a los tiempos que sólo encontraron como salida una guerra civil fratricida y fatal. La voluntad de poder de algunos se sobrepone a la voluntad de convivir de la gran mayoría.

Soy un inocente, parece, porque soy demócrata. Un demócrata que se precie de tal sentimiento político es quien no trata a los adversarios como enemigos y no les atribuye perversas intenciones cuando discrepa de sus ideas y posiciones. Pero un demócrata sincero no pretende ocupar las administraciones públicas, ni colonizar la educación, ni invadir el poder judicial, ni trocear la soberanía nacional ni desunir a la nación común. Pero vemos todos los días que estos aprendices de tiranos, en la apoteosis de la mentira y  del doble lenguaje, habla, bla, bla, blan de una “democracia” que se cargan con sus conductas.

Soy un inocente porque pensé que, en medio de una pandemia infecta y desatada, nadie se atrevería a impulsar proyectos políticos que exigen debate, razonamiento, encuentros, diálogo, meditaciones relevantes. Lo sensato, en una democracia, hubiese sido aplazar las decisiones que pudieran herir, dividir e imponer criterios de parte a toda la ciudadanía para convocarnos a todos a un gran acuerdo que disminuyera el daño sanitario, social y económico de esta plaga. Sensato ha sido el Rey e insensato todo el gobierno socialcomunista.

Pero hasta aquí he llegado. La democracia reconciliadora y pacífica es y será imposible si admite en su seno a quienes  ni son demócratas ni quieren serlo porque llevan la dictadura y la violencia en las venas ideológicas. En España se ha intentado, pero no hay manera. Por tanto, se trata de defender eficazmente un régimen democrático en la nación española. Se trata de impedir en la práctica legal y en el universo moral y cultural que los partidarios de la violencia y de la dictadura puedan prosperar. Yo era un inocente y lo que he visto no me ha hecho dos inocentes, sino menos tonto. 

En España

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