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EDITORIAL

Enemigos de la sanidad pública

Presumen de lo contrario pero en realidad son enemigos de lo público, sobre todo cuando no lo controlan ellos.

Una vez más, la izquierda ha quedado en evidencia: lo que está sucediendo en el Isabel Zendal da cuenta de la miseria moral de tantos políticos y comunicadores de la órbita de Podemos y el PSOE,  así como de su enfermizo sectarismo, que hace que todo quede subordinado a su interés político, incluso la vida de los pacientes de un hospital público.

Sabíamos que el Isabel Zendal estaba siendo víctima de una feroz campaña de desinformación; ahora sabemos que el odio llegó mucho más lejos: al sabotaje directo de las instalaciones, del trabajo que tantos profesionales encomiables desarrollan en ellas y de la atención que reciben allí cientos de pacientes de covid-19.

La dirección del hospital aseguraba a Libertad Digital que los sabotajes en ningún caso han llegado a poner en riesgo crítico a los pacientes, pero lo que está claro es que no han contribuido a su recuperación; y, desde luego, que los médicos no puedan acceder a sus constantes vitales o escuchar una alarma en plena madrugada no parecen las mejores formas de acelerar la sanación de un enfermo de covid-19. Una enfermedad, recordemos, que cada día arrebata la vida a cientos de españoles.

Pero eso no ha frenado el instinto criminal de los saboteadores, jaleados desde unos medios de agitprop dispuestos a lo que sea con tal de atacar la más importante iniciativa que se ha adoptado en toda España en la lucha contra la pandemia: la construcción de un hospital especializado en tiempo récord. Un hospital que a día de hoy es, probablemente, el que más pacientes de covid-19 atiende en el país, y que ha desempeñado un papel importantísimo en el mantenimiento de la actividad en sistema sanitario madrileña durante esta tercera ola.

Podría parecer paradójico que el ataque implacable contra a una iniciativa ejemplar de la sanidad pública haya procedido de aquellos que se proclaman a todas horas sus mayores defensores, pero en realidad no lo es: la izquierda no defiende lo público, sólo lucha por controlar parcelas más y más grandes del presupuesto y por mantener los privilegios de una casta laboral-sindical de vagos y maleantes, capaces de anteponer la política incluso a su juramento hipocrático.

Presumen de lo contrario pero en realidad son enemigos de lo público, sobre todo cuando no lo controlan ellos.

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