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Pedro de Tena

Salvar a los españolitos

De lo que se trata es de salvar a Felipe VI, al que se presenta como una persona diametralmente opuesta en lo moral y en lo institucional a su padre.

De lo que se trata es de salvar a Felipe VI, al que se presenta como una persona diametralmente opuesta en lo moral y en lo institucional a su padre.
Felipe VI junto a su padre, Juan Carlos I | Efe

El pasado jueves, 8 de septiembre moría la reina del ex imperio británco Isabel II. Al día siguiente —no creo en las casualidades—, se estrenaba en una plataforma de televisión la serie Salvar al Rey sobre la monarquía española desde la Transición. Las portadas de la prensa mundial se enfundaron de luto y elogios para una supermillonaria Reina –nada menos que 262.000 millones de dólares, según Forbes– con una vida llena de luces y también de inquietantes sombras pero nunca de duda alguna acerca de su defensa de Gran Bretaña y el resto de su viejo dominio colonial. Ay, Gibraltar.

Ni una portada he visto sobre el documental que trata del comportamiento de Juan Carlos I, el ahora emérito, desde su designación por el general Franco hasta su abdicación en 2014. Comienza la serie de tres capítulos –a saber si habrá más en un futuro inmediato—, no exponiendo los hechos comprobados de modo que el espectador vaya madurando su juicio crítico sobre el personaje y sus obras sino que desde el minuto uno se afirma que "Don Juan Carlos ha dilapidado su prestigio"; que era un avaricioso por "tener y tener y tener", que "fue su ruina", (da la risa cuando se compara su riqueza con la egregia británica); "los servicios secretos confundieron lo que era el Rey con lo que era el Estado"; "había un triángulo: Casa Real, servicios secretos, Moncloa"; "los medios de comunicación le consentían todo"; "cuando la gente lo estaba pasando fatal, el rey estaba matando elefantes con una señorita". En fin. Ya se harán una idea y ni siquiera ha transcurrido un minuto desde el comienzo. Una lección de condicionamiento.

"Españolito que vienes/al mundo, te guarde Dios./Una de las dos Españas,/ha de helarte el corazón", cantaba, ya saben, Antonio Machado. Nos lo helaron las dos, primero una, luego la otra y ahora todas que, incapaces de comprender que la democracia consiste en dejar de matarse aceptando respetar limpiamente unas reglas de juego comunes y hacer del españolito de a pie el rey de las decisiones políticas como el consumidor lo debe ser de las decisiones económicas, vuelven a torturarnos con el frío glacial del hundimiento del prestigio de las instituciones, moraleja indiscutible que se desprende de la serie.

En sus casi 150 minutos de imágenes, juicios y testimonios, parece que la intención reconocida es exponer cómo se organizó la operación de "Salvar al Rey" Juan Carlos I. No se trata sólo de contarnos toda la mugre moral que se compinchó para ocultar los desmanes de un Soberano constitucional a millones de españolitos que no tenían ni idea de "en manos de quiénes estamos" (así lo afirma la nada inocente Bárbara Rey, amante del monarca durante años y "bien pagá" por los servicios secretos a los que acusa de querer matarla, a ella y a sus hijos, nada menos). Muchos de los que la cuentan, ahora, callaron entonces, desde directores de medios de comunicación a presidentes del gobierno pasando por fiscales y tribunales, destacados empresarios, ex ministros, testaferros, amantes y familia real. No, no se trata de contarnos cómo se salvó al Rey hoy "exiliado".

De lo que se trata, realmente, es de salvar a Felipe VI, al que se presenta como una persona diametralmente opuesta en lo moral y en lo institucional a su padre, al que se acusa, nada veladamente, incluso de haber propiciado el golpe de estado del 23 F de 1981 (los demás que participaron, a derecha e izquierda, no salen, claro). Por resumir, el espectáculo es una demolición sin compasión de la honra de muchas de las instituciones del Estado democrático surgido de la Transición y consecuente de la obra de la propia Transición. No creo que se haya producido para loor y gloria del socio-comunismo-separatismo republicano, pero a algunos se lo puede parecer.

Doctores de la Historia habrá –no sale ninguno que yo recuerde en alguno de los tres capítulos emitidos—, que lo analicen con mayor precisión. Pero comprendan que me sienta un españolito perplejo y anonadado ante la impresión de que, en efecto, no sabemos en manos de quiénes estamos ni en manos de quiénes hemos estado o vamos a estar. Mientras nos succionan legalmente el dinero de los bolsillos mediante la apoteosis fiscal de unos y otros –luz, gas, combustible, vivienda, patrimonio, IBI, la maraña IVA de impuestos indirectos sobre casi todo y nos dejaban votar de vez en cuando—, los partidos, las castas y las grandes fortunas jugaban al ajedrez para dar jaque mate a un Rey y salvar la monarquía.

Deduzco de la digestión apresurada de este anoticiamiento, que sólo Aznar y Rajoy, compruébese, trataron de contener a Juan Carlos I, logrando su odio eterno; que muchos de los demás colaboraron en su pudridero por el gran interés de tener el Rey en sus telas de araña; que resulta evidente que la Monarquía constitucional está en la cuna que mece la mano de la izquierda, sin la cual no será, y que los españolitos de a pie, que, teóricamente somos ciudadanos libres de una democracia donde la ley es igual para todos y se gobierna para satisfacción del interés general, yacemos indefensos y sin amparo ante tanto miserable.

Tal vez álguienes trataron de salvar a un Rey y ahora tratan de salvar a otro. Pero los españolitos de a pie, sin la garantía mínima de unos medios de comunicación veraces y valientes; sin el socorro de una justicia realmente independiente de los poderes fácticos,
sin un sistema educativo que promueva el pensamiento crítico y el amor a la verdad y sin libertades crecientes sobre lo que es nuestro decidiendo cómo debe ser nuestra vida privada, no tenemos ninguna oportunidad en una democracia de la que sólo quedará su nombre prostituido. Los españolitos somos los que necesitamos salvación y respeto.

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