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Pedro de Tena

La memoria negra de un infame

Pedro Sánchez y sus sicarios socialistas se consideran tan impunes, tan enteros, tan protegidos que la verdad más sencilla ya les importa un rábano.

Pedro Sánchez y sus sicarios socialistas se consideran tan impunes, tan enteros, tan protegidos que la verdad más sencilla ya les importa un rábano.
Pedro Sánchez

Lo voy a mostrar textualmente tal y como lo he extraído de la página web del PSOE sanchista: "No aceptamos lecciones: nosotros cumplimos la Constitución". Los socialistas estaban cuando "se redactó" mientras "la derecha estaba a otra cosa". El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha asegurado desde Valencia que "nosotros no somos ni más ni menos españoles que ellos, pero que no nos den lecciones de constitucionalismo" porque "estamos cumpliendo con la Constitución todos los días y en todos los territorios y solo hay un partido que incumple la Constitución que es el PP".

Este incalificable sujeto que preside a los españoles desde el golpe de Estado de 2017, golpe con el que lleva comulgando como un congregante forofo desde que echó al, por otra parte, infame Rajoy, lo ha dicho así de claro. Ya sabíamos que la Historia real le daba igual, salvo para manipularla, silenciando unos crímenes y divulgando otros. Pero reconozco que nunca había visto ennegrecer la memoria de los hechos ocurridos como lo hace este caradura amoral sin que ninguno de los supuestos intelectuales socialistas, los orgánicos y los inorgánicos, hagan el más mínimo esfuerzo por salir en defensa de la verdad.

No puede decirse sin más que lo que hace la lengua infecciosa de Sánchez sea propaganda negra. Ese tipo de propaganda la hace el PSOE y la mayoría de los partidos para confundir al personal. Se ha definido la propaganda negra como el conjunto de mentiras organizadas para parecer que es el propio enemigo el que aporta razones en su contra. Por ejemplo, los ingleses durante la II Guerra Mundial fabricaron sellos de correos "alemanes" con la figura de Himmler ataviado como Führer para desmerecer el liderazgo de Hitler. Tan bien lo hicieron que el propio presidente norteamericano, Franklin D. Roosevelt, compró algunos de ellos creyendo que eran auténticos.

Pero, dicho esto, queda claro que el propósito de la propaganda negra es que algunas mentiras clamorosas aparezcan ante los ojos de los más ignorantes y acríticos de los ciudadanos como verdades porque la verdad sigue teniendo prestigio, valor, preferencia. Pero el caso es que Pedro Sánchez y sus sicarios socialistas se consideran tan impunes, tan enteros, tan protegidos que la verdad más sencilla ya les importa un rábano. El ejemplo de María Jesús Montero negando que el porcentaje de la inflación de un mes se tenga que incorporar al del mes pasado es todo un ditirambo al cinismo (o la más turbia ignorancia aritmética).

Sólo quien no teme nada de sus ennegrecimientos de los hechos históricos, incluso los más conocidos, es capaz de decir que "los socialistas estaban cuando ‘se redactó’ (la Constitución) mientras ‘la derecha estaba a otra cosa’". Le da lo mismo que incluso otros socialistas lo acusen de incumplir la Constitución, de ser casi un Fernando VII felón, de engañar a toda una nación y mentir a unas autoridades europeas con la patraña de unos jueces fascistas que quieren una dictadura para España.

Pueden algunos esforzarse en recordarle que la mayoría clara de los ponentes de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados era de centro derecha y derecha (Fraga, al que se marginó deliberadamente de algunos foros, según Óscar Alzaga, Pérez-Llorca, Cisneros, Herrero de Miñón) mientras que la izquierda estaba representada por Peces-Barba y Solé Turá y el nacionalismo por el catalanista Roca. Puede incluso decirse que al final fue el acuerdo tácito entre Guerra, Abril, Fraga, Pujol, Arzallus, Carrillo, Suárez y el propio Rey Juan Carlos lo que hizo posible la Constitución. Pero que la derecha española o el centro derecha estuviera en "otras cosas"... —¿en qué "otras cosas"?—, es una colosal demostración del carácter indecente de este impostor de impostores.

A este esperpento de político para el que la democracia no es más que una trola beneficiosa para su afán de dominio le da igual todo porque tiene claro qué es el poder y cómo se ejerce. La democracia española, que ya había conocido antes ejemplos menos graves de este comportamiento, que siempre está inspirado en la descreencia democrática de los socialistas que bebieron en el marxismo, se encuentra hoy sin armas para combatir a un tirano capaz de decir que dos y dos son cinco para hincártela de cualquier forma y en cualquier lugar.

Aun siendo así, me resulta inexplicable que de entre todos los catedráticos de Historia, de Derecho Constitucional, de Ética, de Filosofía y de intelectuales considerados de otras ramas relacionadas, no haya un movimiento común de repulsa y señalamiento de esta desgracia nacional. Las voces sueltas, como las del dignísimo Javier Gómez de Liaño u otras, no son suficientes. Hay que componer un escrito pidiendo la dimisión de este miserable, que ennegrece la memoria, aunque sea inútil.

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