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Pedro de Tena

Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad

Tal vez la buena voluntad sea la fuerza suficiente y necesaria para que los hombres sin poder destierren a los administradores de la mentira.

Desde bien pequeñitos escuchamos que, cuando los pastores recorrían los alrededores de Belén, se les apareció un grupo de ángeles que anunciaron el nacimiento de un Niño y cantaron: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad". Esa fue durante años, y sigue siendo, la versión oficial del Evangelio de Lucas, II,14. Lejos de mi intención, por imposible, polemizar sobre la traducción correcta de la frase originaria. Es para el Papa Ratzinger uno de los momentos más conmovedores de la Sagrada Escritura porque aportó fe a quienes la necesitaban, a la gente de a pie, a los sin poder, que comprendieron que su buena voluntad puede ser una fuerza real.

Pero –dos ejemplos bien distintos—, digamos al menos que ya Calderón de la Barca, como luego Eugenio D ´Ors y muchos otros, la redujeron a "paz a los hombres" o "en la tierra" (Padre Juan de Mariana) olvidando la buena voluntad y que otros sustituyeron a los "hombres de buena voluntad" por "hombres en los que Dios se complace". Cuando era cardenal, el papa Bergoglio habló en sus homilías argentinas que tales hombres eran los "amados por Dios" o tenían su "beneplácito". O sea, que no está claro qué se quiso decir en aquel encuentro de los Ángeles con los Pastores, aunque el mensaje consiguió que estos últimos fueran al Portal a ver qué había pasado.

Esto es, parece haber una duda entre quienes defienden que existen hombres de buena voluntad por sí mismos, que hay y puede haber hombres justos y benéficos como quería nuestra Constitución de 1812 al margen de toda mediación divina, y quiénes interpretan que tales hombres tienen buena voluntad sólo por decisión de Dios, y que, por ello, les hace preferidos sin demasiada justificación.

No voy a negar que yo mismo, en calidad de no creyente cristiano –esto es, descreído en todo lo que se refiere a dogmas, teologías e iglesias pero guiado, más o menos, en la vida por una moralidad derivada de la tradición católica demostrada como útil a la convivencia y la concordia[i]— preferiría que se admitiese que la buena voluntad es un rasgo humano propio, una cualidad natural, aunque no sea abundante, de alguna porción de la humanidad. De no aceptarlo así, tendría que admitir con Luis Cernuda que podría ser un naipe cuya baraja se ha perdido o que sólo hay "Tierra para los hombres en su infierno".

Se dirá que esto de la buena voluntad, en otros contextos más civiles, como buena fe, es algo exclusivamente religioso. No es así. He estado buscando en nuestro Código Civil de 1889, vigente aún, y el concepto de buena fe aparece en más de 60 ocasiones, pero en ninguna parte se explica qué sea eso. En su artículo 7.1 se expresa que los "derechos deberán ejercitarse conforme a las exigencias de la buena fe".

Los juristas suelen coincidir en que el principio o concepto de "buena fe" "significa realizar una acción o acto jurídico de acuerdo a las exigencias morales y éticas que rigen el sistema normativo de una comunidad; es decir, que las acciones de una persona estén en línea con lo que la sociedad considera un acto honrado y leal". Como puede comprobarse, casi peor es la receta sanadora que la enfermedad porque en una sociedad democrática como la nuestra la diversidad es tal que de haber alguna referencia ética y moral compartida sólo puede deducirse de la propia Constitución vigente.

Poco antes, Kant nos había sumido aún más en el desconcierto cuando asentó que lo único que podemos considerar bueno en sí mismo es la buena voluntad, pero que de ahí no podía deducirse que los actos derivados de los bienintencionados fueran todos buenos. De ahí el famoso y brutal realismo de la expresión: "De buenas intenciones está empedrado el camino que conduce al infierno".

Se escandalizaba el excomunista Arthur Koestler en sus Memorias de la paradoja de la mentalidad de la gente liberal, a cuya buena voluntad le debió la vida. El motivo era que, mientras luchaban y denunciaban el totalitarismo nazi "permanecían ciegos o indiferentes al otro", al comunista, que lo que pretende, como es sabido por confesión propia, es la destrucción de la democracia mediante golpes insurreccionales o nuevos procesos constituyentes.

Me atrevo, pues, a sugerir que, cuando menos, hombres de buena voluntad o de buena fe son aquellos que alejan sus comportamientos de los condenados por la propia Unión Europea que, recientemente, consideró reprochables tanto el fascismo nacionalista, el nacionalsocialismo y el comunismo. Paradójicamente, en España su gobierno está dominado por socialcomunistas, filoterroristas y nacionalistas. Sáquense conclusiones.

Escribió Jorge Luis Borges que la poesía era la conspiración de los hombres de buena voluntad para honrar al ser, al mundo, a lo verdadero. Los poetas son "bienhechores furtivos…merodean por las ciudades y por los campos y entran en las casas, no para robar, sino para añadir, y son los espectadores benévolos del universo. Amparan el ombú[ii], agradecen la generosidad de la brisa, fomentan los arcoiris y las bandadas de pájaros".

Tal vez la buena voluntad, no sólo la de los poetas, sea la fuerza suficiente y necesaria para que los hombres y mujeres sin poder destierren a los administradores de la mentira y la indecencia estancados en la mala voluntad que quiere imponer sus reglas de su juego de poder y dominación. Pero para lograrlo deben, debemos, oponernos con entereza y pasión a las malas artes y a las malas intenciones vengan de donde vengan. Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, pero que no haya paz para los malvados —que no son nuestros discrepantes, ni nuestros adversarios, ni nuestros críticos ni nuestros diferentes—, sino los que quieren eliminar la libertad y el juego limpio, logros de nuestra civilización, de la Historia.


[i] Véanse, cuando menos, las 14 Obras de Misericordia, peldaño decisivo para una nueva civilización frente a la crueldad precedente.

[ii] Del guaraní "umbú", árbol de América meridional conocido también como "Bellasombra", uno de cuyos más extraordinarios ejemplares fue sembrado por Hernando Colón en el Monasterio de Santa María de las Cuevas ( o de la Cartuja) de Sevilla. Se dice que es el árbol patrono de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires.

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