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Pedro de Tena

Esto no va sólo de árbitros, va de acabar con la igualdad ante la ley

Celaya no comprendía, Alberti sí, que el juego limpio no es posible para la izquierda. Tampoco para el separatismo.

Celaya no comprendía, Alberti sí, que el juego limpio no es posible para la izquierda. Tampoco para el separatismo.
BARCELONA, 27/06/2022.- El presidente del FC Barcelona, Joan Laporta, asiste al acto de entrega de la 35 edición de los premios Pimec, que este año distinguirán las mejores iniciativas empresariales desarrolladas en Cataluña durante 2021 en diferentes ámbitos, hoy lunes en el Camp Nou, Barcelona. EFE/Quique García | EFE

La izquierda dice defender la igualdad. También lo dice el nacionalismo regionalista español, aunque limita su extensión a los que hablan sus lenguas o pertenecen a sus razas, castas o jaeces. Pero cuando habitan en una democracia liberal ingenua (como la nuestra) todo su empeño es desigualar ante todo tipo de leyes, tribunales y organismos reguladores que exigen un exquisito y honrado comportamiento de sus representantes. El escándalo de la compra de un alto representante del arbitraje del fútbol español, el tal Negreira, por parte del FC Barcelona no es más que la punta del iceberg de la obsesión anti-igualatoria de este gobierno social-comunista y separatista.

Como la derecha española no se entera, aunque lo repitan Libertad Digital y esRadio, y algunos pocos medios más, a todas horas, estos partidos nunca quisieron ni quieren la democracia por sí misma sino porque daba poder a los partidos. Esto es, a ellos. Pero de manera inmediata, conseguido el caudal de poder suficiente, trataron desde 1982 de desigualar a los españoles ante todas las leyes e instancias. El gran Churchill, antipático y elitista pero estratega inteligente, lo dijo con la claridad meridiana que la cosa exige: "Un veredicto favorable es siempre algo valioso, aunque venga de un juez injusto o de un árbitro comprado". Ay, Rumasa. Gracias a estos "accidentes morales" se va subiendo la desleal escalera que conduce, no a una mejor democracia, sino a la hegemonía —ay, perdón, que no mola decir dictadura—, del partido o partidos que se dicen del proletariado o del "honorable" o lehendakari de turno. Ya verán el curso acelerado que les dará el gudari Otegui cuando el PNV ceda los trastos a los filoetarras, que ya queda menos.

Comprendo que la compra al por mayor de árbitros haya cabreado al Sevilla CF y al Real Club Deportivo Español. No comprendo por qué el Real Madrid se ha negado a apoyar un manifiesto conjunto de protesta y denuncia de todos los equipos. Todo se andará, porque no hay nada que indigne más en el fútbol que un árbitro comprado. Incluso más que un jugador. Hasta un poeta adorado por la izquierda, Gabriel Celaya, que era de la Real Sociedad, le dedicó estos versos al robo de un partido:

Y recuerdo también nuestra triple derrota

en aquellos partidos frente a Barcelona

que si nos ganó, no fue gracias a Platko

sino por diez penaltis claros que nos robaron…

Lucharon los donostiarras contra "el barro, y las patadas, y un árbitro comprado", que lo vio él mismo, afeando a Rafael Alberti que lo hubiera olvidado. Esto es lo que anota Petón[i] en La desesperación del té (27 veces Pepín Bello) sin olvidarse de lo que es el juego en "buena ley", esto es, el juego limpio, el atenerse todos por igual a las reglas del juego.

Pero Celaya no comprendía, Alberti sí, que el juego limpio no es posible para la izquierda. Tampoco para el separatismo. La democracia "burguesa", que es como se tilda a la democracia liberal, no es más que un estadio que debe conducir a la victoria final, sea el triunfo del socialismo autoritario como fase previa de un comunismo totalitario o sea el triunfo del estado nacional vasco o catalán. Para conseguir ambos, hay que hacer desiguales a los ciudadanos en el juego más sucio posible para ir adquiriendo ventajas de poder que faciliten el objetivo.

Por eso, no va sólo de árbitros el tema. Va de todo arbitraje. Va de todo poder o instancia independiente que tenga por obligación atenerse a las reglas democráticas, al juego limpio y a la igualdad ante las normas. Por ello, desde 1985, el PSOE decidió que había que matar a Montesquieu porque el viejo liberal quería que los ciudadanos fuesen iguales ante la ley y tuvieran garantizado que el tribunal y sus jueces tomarían decisiones justas según el ordenamiento legal sin partidismos ni influencias. De ahí la insistencia en que sobre los jueces recayera la selección y la criba de los partidos políticos. De este modo, si nombras o condicionas a quien debe juzgar, administrar o arbitrar, el veredicto puede serte favorable casi con toda seguridad. Es decir, unos tendrán impunidad, la izquierda y los separatistas, y otros no la tendrán.

Vean el caso Griñán: cientos de presos (más de 500) tienen cáncer de próstata en su misma fase con tratamiento hospitalario de radioterapia y van y vienen desde la prisión a la que vuelven al finalizar la sesión clínica. Véase el caso de los etarras a los que se acerca a sus casas sin miramiento alguno hacia las víctimas. Véanse los indultos a los golpistas de 1-0 de Cataluña y la modificación de la legislación de la malversación y la sedición. Véase el caso del Tribunal Constitucional, que no sólo ha sido conquistado por Pedro Sánchez, sino que magistrados que deberían haberse abstenido en procedimientos por razones de decoro y decencia no lo han hecho. Podría hacerse un memorial que llegara hasta el hermano de Ximo Puig.

Y ahora viene lo del Barsa y su compra de un alto representante de los árbitros desde hace años, sin que se esté investigando cuántos partidos amañó, qué resultados alteró, cuántas ligas manipuló y cómo se beneficiaba el club azulgrana. Me juego la barba a que mientras esté Pedro Sánchez en Moncloa este último escándalo no se investigará judicialmente a pesar de que es una estafa esencial y monumental a las demás aficiones y clubes. No me la juego si son las derechas las que deban afrontar éste y otros escándalos desde un gobierno porque cualquiera sabe, ni ellas mismas, lo que va a convenirles, ya que no parecen creer en otra cosa que en el propio interés.

Eso sí, lo de los árbitros ha dejado claro cuán profundamente extendido está el tumor
de la democracia española. Los ciudadanos que aún creen en ella sólo pueden esperar juego sucio y, siendo la mayoría, ser menos iguales que las minorías políticas y las muchas otras que pastorean.


[i] José Antonio Martín Otín

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