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Emilio Campmany

Ucrania y el maniqueísmo

Esta guerra no tiene nada que ver con las guerras del siglo XX. Ni Occidente está allí para defender sólo los derechos humanos de los ucranianos.

Esta guerra no tiene nada que ver con las guerras del siglo XX. Ni Occidente está allí para defender sólo los derechos humanos de los ucranianos.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y el presidente de Ucrania, Volodomir Zelenski, en rueda de prensa tras visita sorpresa | Europa Press

Durante el siglo XX, Occidente ha combatido tres guerras ideológicas en las que nosotros, Occidente, éramos los buenos y los otros, ya fueran dictadores del centro de Europa, fascistas o comunistas soviéticos, eran los malos. Y queremos que esta nueva guerra que libramos contra Rusia sea igual, una guerra entre las democracias contra los autócratas. En un lado está Ucrania que, aunque no sea una democracia, quiere serlo, y en el otro están las dictaduras rusa y china.

Sin embargo, Rusia no ha invadido Ucrania por ser una democracia, cosa que además estaba todavía lejos de ser, sino para impedir que se integrara en Occidente. Rusia quiere dominar su entorno estableciendo una esfera de influencia alrededor suyo para sentirse segura. Desde su punto de vista es una guerra defensiva. Y al iniciarla, no ha violado tanto los derechos humanos, que es lo que a nosotros nos gusta apelar para justificar nuestra implicación. Lo más relevante es que ha conculcado la inviolabilidad de las fronteras. El que ya lo hiciera en 2014 no evita que ése sea el principio que hay que defender porque es el que ha sido pisoteado. La falta de respeto a los derechos humanos es una consecuencia conveniente para conseguir el objetivo, pero no es un fin en sí mismo. Que Estados Unidos violara el mismo principio cuando invadió Irak en 2003, si es que de verdad lo conculcó ya que es discutible legalmente, no quita para que Occidente tenga en su propio interés impedir que ahora lo haga Rusia, que lo hace además sin el menor atisbo de cobertura legal.

El problema es que fue Occidente a finales del siglo pasado, el que dio al traste con el principio de no injerencia en los asuntos internos, tan unido al de inviolabilidad de las fronteras, con ocasión de la guerra de Yugoslavia. El principio había estado vigente con más o menos fuerza desde los tiempos de la Paz de Westfalia. Que en 1991 se violara por el fin superior de defender los derechos humanos de una parte de la población yugoslava no obsta para que la derogación del principio deba ser valorada como un desastre. Y además obliga a que todas nuestras intervenciones tengan que basarse, de verdad o de boquilla, en la defensa de los derechos humanos, lo que convierte así a todo conflicto, con razón o sin ella, en un enfrentamiento de buenos y malos.

No, esta guerra no tiene nada que ver con las guerras ideológicas del siglo XX. Ni Occidente está allí para defender sólo los derechos humanos de los ucranianos. Esta guerra es del viejo estilo porque en ella Rusia persigue el control del territorio por razones de poder y necesidades de defensa. El país eslavo ha librado decenas de guerras de este tipo. Está bien tratar de impedir que se salga con la suya, pero que no sea sólo por abstractos principios morales, sino porque en el interés de Occidente está que las fronteras se respeten por todos. ¿También por Occidente? También. ¿Incluso cuando se violan derechos humanos? China diría sin pestañear que incluso en estos casos. Para nosotros es cuestión peliaguda que queda para otro artículo. Ahora, una cosa es lo que los Gobiernos hagan con sus súbditos dentro de sus fronteras, podamos o no impedirlo, y otra muy diferente que invadan al vecino, que es algo a lo que, con independencia de lo que pase con los derechos humanos, debemos oponernos a toda costa.

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