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Pedro de Tena

Del ecologismo heroico al ecologismo felón

Lomborg argumentó con cifras oficiales  que el mercado libre y el capitalismo estaban mejorando el mundo, algo blasfemo para el izquierdismo verde.

Lomborg argumentó con cifras oficiales  que el mercado libre y el capitalismo estaban mejorando el mundo, algo blasfemo para el izquierdismo verde.
EFE

Érase una vez un ecologismo heroico, que creía defender los buenos usos y costumbres para cuidar el entero ambiente en el planeta Tierra de los malos procedimientos humanos, una vieja causa que hay quien rastrea hasta la vieja Grecia. Desde oponerse a las pruebas atómicas en parajes determinados a obstruir e impedir la caza de ballenas, el ecologismo contemporáneo a partir la década de los 60, puede calificarse, se compartan o no su fundamento científico y su deriva ideológica posterior, de "heroico".

Precisamente fue bajo el mandato de un presidente socialista, François Mitterrand, cuando el terrorismo de Estado francés, siempre tan activo aunque sigiloso, decidió acabar de una vez con el barco emblema de la organización Greenpeace, el Rainbow Warrior. El buque estaba amarrado en Auckland (Nueva Zelanda) y se disponía a protestar por las pruebas atómicas francesas en el atolón de Mururoa. El gobierno francés ordenó que un equipo de submarinistas de combate colocara minas en su casco, que explotó hundiéndose y matando de paso a un fotógrafo y ecologista portugués, Fernando Pereira.

Desde entonces hasta ahora, el ecologismo ideológico ha mutado tanto, vinculándose más que nada a ideologías izquierdistas y aumentando se presencia mediática, que caben bastantes sospechas sobre la procedencia de los dineros reales que sus organizaciones reciben. Naturalmente, el buenismo ingenuo y lego, siempre tan manipulado desde la izquierda, se inclina a considerar que estos activistas están guiados por la buena fe y el desinterés, aunque ejemplos como el de Greta Thunberg hagan meditar sobre la higiene moral de sus fines y medios.

Hace ya tiempo que se publicó en España la primera edición de El ecologista escéptico (2003), el famoso libro de Bjørn Lomborg, antiguo miembro de Greenpeace que fue negado por su organización y perseguido por todo el conglomerado de editoriales y revistas que aparecen como administradores de la "ciencia" ecológica. En ese libro, usando las mismas fuentes estadísticas que los ecologistas, se rebatían las tesis catastrofistas tan populares y se defendía que las cosas iban mejorando, algo inaceptable para quienes exigen cada vez más dinero público para combatir lo que afirman ser altísimas tasas de pobreza y una ruina medioambiental cas irremediable. Dicho de otro modo, Lomborg argumentó con cifras oficiales que el mercado libre y el capitalismo estaban mejorando el mundo, algo blasfemo para el izquierdismo verde, rojo, morado o del color que se quiera.

Ahora, ha saltado el asunto de las fresas y los freseros españoles, sobre todo los andaluces, a los que se acusa de estar contribuyendo a la desecación del parque nacional de Doñana aunque las plantaciones estén a más de 35 kilómetros de distancia de sus límites. La impulsora de las denuncias, que están degenerando en un boicot agresivo contra la fresa española en Alemania, ha sido la asociación Campact, en cuya portada podía leerse hoy: "¡Detenga el robo de agua por fresas baratas!". Y se añade: "En España, el patrimonio natural mundial Doñana se está secando. Edeka, Lidl and Co. son los mayores compradores de fresas secas y tienen que dejar de venderlas ahora". O sea, se está exigiendo con fundamento en la desertización de Doñana, que se deje de comprar la fresa española en Alemania y demás países justo cuando empieza la cosecha de fresas alemanas mucho más caras que las nuestras.

No me digan que no es sospechoso un ecologismo, ya nada heroico, que sirve tan ajustadamente a los intereses de los freseros alemanes frente a sus competidores españoles. Más bien parece una prueba contundente del nuevo ecologismo felón, que, contra la libertad de circulación de mercancías por toda Europa, ayuda al proteccionismo de una fresa germánica incapaz de competir con la fresa, más que nada, andaluza a fuer de española. Con todo, lo más grave de todo es que Compact se apoya en el propio presidente del gobierno, Pedro Sánchez, de quien dice es el autor de la denuncia.

Frente a la hipótesis buenista sobre el entramado ecologista –bien trenzado con las izquierdas en todo el mundo—, cabe la hipótesis maquiavélica que considera que están terminando por ser mercenarios que se venden al mejor postor vistiendo sus los más oscuros intereses con el ropaje de la ciencia y la defensa del medio ambiente. Un ejemplo malvado. ¿Y si fuera el propio gobierno francés quien impulsa, con otros como Rusia, las campañas contra las centrales nucleares en España para fortalecer sus reservas eléctricas, fundadas en la energía nuclear o el gas, para vendernos luego su electricidad mucho más cara debido a nuestra necesidad perentoria? Estaríamos ante un ecologismo felón, manipulado desde poderes fácticos perfectamente reconocibles.

De todas formas, lo de Pedro Sánchez y su obsesión con la derrota desde la pérdida política de Andalucía, que impide taxativamente su triunfo electoral en España, muta en patología mental y felona al señalar, y como consecuencia, dañar a los freseros españoles, no sólo andaluces, en Europa. Ojo, que la vida política de Sánchez puede terminar enterrada en un campo de fresas. Let me take you down ("Déjame derribarte, o hundirte"), resuenan Los Beatles en Huelva, pero no olviden que muchos de los plantones de las fresas que se cultivan allí proceden de los viveros de Castilla y León. ¿No lo sabían?

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