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Pedro de Tena

En defensa propia y en defensa de la España democrática, vayamos a Madrid y a Barcelona

Debemos demostrar que la ciudadanía española entiende mejor que sus partidos de referencia qué es lo que está en juego en esta hora dramática.

Debemos demostrar que la ciudadanía española entiende mejor que sus partidos de referencia qué es lo que está en juego en esta hora dramática.
Una enorme bandera de España en una manifestación contra el separatismo en Barcelona. | EFE

Sí, hay que ir a las manifestaciones de Madrid, el 24 de septiembre, y Barcelona, el 8 de octubre, en vivo o en digital, porque muchos que querrían no podrán por razones diversas. Por tanto, hay que estructurar, propongo, una plataforma en la que uno pueda, vía Internet y de forma sencilla y veraz, dar fe de que va a estar allí en espíritu y en libertad. De ese modo, a los millones que asistan en persona habría que añadir los millones que estarán presentes con voluntad y pasión en unos actos trascendentales para el futuro de la nación española.

Se dirá que estos actos podrían haberse evitado si el pasado 21 de enero el PP, sobre todo, con Feijóo ya a su cabeza, y Vox con Abascal, al unísono, hubieran apoyado la concentración convocada por la iniciativa cívica de Rosa Díez, María San Gil y Cayetana Álvarez de Toledo entre muchos otros. De haberse obtenido un resultado extraordinario en aquella congregación civil y democrática, quizá las futuras de Madrid y Barcelona no hubieran sido necesarias porque Pedro Sánchez no habría podido lograr una mayoría suficiente para atentar contra la continuidad de la nación española, como tal vez pueda hacer ahora.

Cierto. Pero la primera razón por la que debemos acudir a estos pronunciamientos constitucionales y patrióticos es demostrar que la ciudadanía española tiene más claro y entiende mejor que sus partidos de referencia, oligarquizados, verticales y caciquiles, qué es lo que está en juego en esta hora dramática. Si durante toda una campaña electoral la estupidez y la soberbia de sus élites se impusieron al sentido nacional, los ciudadanos debemos hacer comprender a sus dirigentes que nada hay por encima de la gente de España, que quiere seguir siendo española y que se niega a la iniquidad de la desigualdad y el privilegio en favor de castas separatistas racistas y totalitarias.

Hay una segunda razón de peso para estar presentes en estos actos decisivos. La mayoría de los españoles quiere ejercer su derecho y su deber a la continuidad de lo más apreciable que ha aportado nuestra historia política desde el siglo XIX: la primera constitución de consenso nacional desde 1812 y la voluntad de convivencia y reconciliación desarrollada desde 1976, amenazada ahora por la deslealtad y la desmemoria de unos dirigentes socialistas que se han unido al comunismo más arracional y caótico y a los separatistas más fanáticos y violentos. Nunca se convivió mejor, nunca se prosperó más, nunca se disfrutó de mayor libertad y nunca se vivió más en paz, interna y externa, que desde la aprobación de la Constitución de 1978, salvo por el terror rojo y separatista que es el único que ha durado hasta 2010 y ahora sigue amenazándonos por otros medios.

Una tercera razón es la exigencia de la igualdad ante la ley y el cumplimiento de sus códigos democráticamente aprobados. Una democracia no lo es si en su marco político unos ciudadanos son más que otros, tienen más oportunidades que otros e impiden a otros ser lo que son y quieren ser y como quieren serlo. La Ley no puede ser objeto de mercadeo partidista porque la inseguridad jurídica –la arbitrariedad, el capricho o el trapicheo mafioso sustituyendo al rigor del Derecho—, es el principio de la disolución de una sociedad y un Estado. No puede ser que unos golpistas dejen de serlo por una amnistía autoconcedida y vergonzosa ni que unos asesinos sean blanqueados socialmente por la necesidad de un puñado de votos.

En cuarto lugar, y no por ello menor, hay que ir a estos encuentros nacionales y democráticos porque hay unos ciudadanos españoles oprimidos en Cataluña y País Vasco, sobre todo, aunque no exclusivamente, que llevan años sojuzgados, amedrentados y acosados, cuando no asesinados o desterrados, por los comportamientos totalitarios de unos partidos herederos de la peor casta nacionalista xenófoba y antiespañola guiada por el odio visceral a España y por la invención arbitraria de la Historia. Es necesario hacerles ver y creer que los demás españoles no vamos a consentir jamás que en sus regiones de residencia no puedan ser y proclamar lo que son o que no puedan aprender y hablar en su lengua materna. Los españoles no deben sentir miedo de serlo en ninguna parte de España.

En quinto lugar, y hay que dejarlo aquí aunque la lista sería mucho más larga, vayamos a estos actos honrosos porque hay que decir a una gran parte de españoles demócratas que se sienten socialistas –los comunistas y los separatistas no son ni serán jamás doctrinalmente demócratas, lo que es obvio—, que también es suya la responsabilidad de la solución de la convivencia nacional. Deben alzarse de una vez contra las tradiciones de odio e imposición que otros predican e impulsar nuevos proyectos políticos que contribuyan al clima de reconciliación y reformas que favoreció la Transición. En una democracia cabal, no hay enemigos sino adversarios que proponen soluciones diferentes para resolver problemas comunes sin creerse moralmente superiores ni desoír el dictamen de los hechos y las pruebas.

España es una nación, una tradición y una voluntad democrática de ser que hay que reconstruir para las futuras generaciones. El resto del mundo sabe lo que hemos sido y somos –basta salir al extranjero y escuchar—, y nos reconoce como tal. Que algunos fanáticos pretendan destruir una realidad nacional de siglos exige de nosotros el esfuerzo de reaccionar para salvar lo que queda y quedará cada día más de España si queremos que así sea.

Allí, en Madrid y en Barcelona nos veremos, y/o nos sentiremos juntos si nos adherimos a los actos de manera digital. De una u otra forma, hay que estar e ir.

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