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Pedro de Tena

Del golpismo a la tela de araña inexpugnable

Aquella transición hecha "de la ley a la ley" para circular desde una dictadura a una democracia puede volver a hacerse para recorrer el camino inverso.

Aquella transición hecha "de la ley a la ley" para circular desde una dictadura a una democracia puede volver a hacerse para recorrer el camino inverso.
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. | EFE

Las cosas han cambiado. Cuando Marx y sus secuaces pensaban en la revolución pensaban más que nada en la conquista del Estado mediante un golpe de mano o una insurrección o, tal vez, en algún caso, una huelga general revolucionaria. Tal vez todos esos factores en otro orden o simultáneamente aderezados, conseguían el mismo fin. El procedimiento era violento y rápido y el resultado era el mismo. Tras la conspiración necesaria llegaba la apropiación partidista (marxista-leninista) de las instituciones, sobre todo el Ejército, y de las propiedades ajenas, y tras la guerra civil esperada (o la sumisión obtenida), el ejercicio de una dictadura uniformadora y la larga marcha autoritaria hacia el socialismo.

Esta metodología, inaugurada por Cromwell en 1648 y seguida en la Revolución Francesa, se continuó ensayando en las revoluciones de 1848, en la Comuna de París (1871) muy especialmente y desde luego en la Revoluciones rusa, china y cubana del siglo XX, en las que los golpes de estado contra la democracia condujeron a guerras civiles o terrorismos muy cruentos que ganaron los partidos comunistas.

En la España del siglo XX, el golpe se ensayó en 1917, se intentó con toda violencia en octubre de 1934 y se volvió a perpetrar en 1936 mediante una adulteración electoral hoy imposible de negar. La Guerra Civil provocada por la división del Ejército, y deseada por las izquierdas, condujo, no a la victoria, sino a la derrota histórica y a una dictadura de otro cariz, como asimismo muchos presumieron.

Pero en todos los casos anteriores el Estado y la sociedad estaban en la indigencia institucional. Con unos pocos chiringuitos de poder y administración se controlaba casi todo. En la Rusia del último Zar, asaltando el Palacio de Invierno se tomaba prácticamente la totalidad de un Estado de estructura familiar. En España pasaba casi lo mismo. Pero desde la Segunda Guerra Mundial, las democracias, antes de envergadura mínima, se asentaron y sus aparatos de gestión se extendieron mucho, tanto que a estas alturas el golpe de mano revolucionario, de uno u otro modo, se hizo imposible.

Tengo para mi que fue la transición pacífica y ejemplar de la dictadura a la democracia en la España de 1976 la que, unida a otros factores, condujo a la reelaboración de la estrategia para la conquista esencial del poder, objetivo que siguen deseando todas las izquierdas cuyo ADN contiene las cadenas ideológicas del marxismo, pero sin la fealdad monstruosa de la dictadura, que ahora "no mola". Aquella transición hecha "de la ley a la ley" resultó ser un modelo perfecto para circular desde una dictadura a una democracia y lo puede volver a ser para recorrer el camino inverso, como se está empezando a entrever.

Las socialdemocracias europeas, unas más que otras, salvaron este obstáculo para la convivencia admitiendo la democracia liberal como plataforma institucional necesaria y renunciando a su dominación. En el caso de España, aunque parecía inicialmente que el PSOE iba a aceptar tal vía de coexistencia y acuerdo, en realidad no fue así.

Lo que se puso en marcha, muy especialmente en Andalucía, como en Extremadura y Castilla la Mancha sobre todo, fue la estrategia de la tela de araña aceptada por los separatismos catalán y vasco. La que conozco mejor es la andaluza, cuyos mimbres y mecanismos básicos, fui exponiendo en Libertad Digital desde 2008. El resultado del nuevo recurso metódico-político fue el intento de erección de un régimen político peculiar cuya característica principal era la dominación despótica de un solo y único partido mediante la ocupación de los órganos vitales de la sociedad andaluza usando para ello métodos formalmente democráticos.

El nuevo modo de usufructuar el poder conseguía el monopartidismo de la izquierda, o su pluripartidismo en caso de necesitarse alianzas, y terminar con la alternancia en el poder, regla de oro de la democracia. Desde 1982 a 2018, nada menos que 36 años o dos generaciones, el PSOE andaluz dominó toda la sociedad como nunca antes lo hizo partido alguno, salvo el Movimiento Nacional de Franco.

"Sembrando" (el copyright es, a toro pasado, de Íñigo Errejón) la Administración andaluza, Junta, Diputaciones y Ayuntamientos, también el poder judicial, de personas "enchufadas" y/o colocadas de forma irregular; la ocupación, que no gestión, del poder económico de la Junta y de Estado, y sus empresas; la inundación de sociedades mercantiles formadas por personas afines y su presencia creciente en las privadas; el favorecimiento de empresarios simpatizantes mediante subvenciones y adjudicaciones; la sumisión de unos sindicatos que aceptan incluso la insolidaridad regional "anticlase", la dominación del "estado del bienestar" desde la sanidad a la educación incluso universitaria; el control de los medios públicos y privados de comunicación vía publicidad institucional y así sucesiva y extensivamente, se fue construyendo una tela de araña asfixiante y casi inexpugnable.

Pedro Sánchez aprendió la lección. Primero en el PSOE, al que ha cazado en su tela, y ahora en la democracia española. De la ley a la ley, pervirtiendo su sentido y su propósito original, su tela de araña tiene a España presa de sus hilos. No podrá decirse que no se advirtió. Había que haber revisado las debilidades democráticas de esta nación y no se hizo cuando se pudo. ¿Es ya tarde?

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