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Pedro de Tena

Cosas que creí que no iba a ver

España se merece otro destino. No creí que fuera posible un nuevo futuro para Argentina y me he equivocado, al menos, hasta ahora.

España se merece otro destino. No creí que fuera posible un nuevo futuro para Argentina y me he equivocado, al menos, hasta ahora.
Javier Milei saluda a Cristina Fernández de Kirchner tras tomar posesión de la presidencia | EFE

Tuve muchísimas dudas, lo confieso, de que Javier Milei llegara vivo a su proclamación como presidente de la República Argentina. Una nación acostumbrada a la corrupción más radical, desde el robo al crimen pasando por el terror, el empresariado estatalizado y el sindicalismo podrido, podía dejar un hueco para el crimen de Estado a lo grande. Ya tuvo recientemente el caso Alberto Nisman (+2015), aquel valeroso fiscal —no quiero compararlo con lo que tenemos aquí desde hace unos pocos años—, que se empeñó en buscar la verdad que latía tras los atentados de 1992 y 1994 contra Israel en Argentina y que un día antes de declarar ante el Congreso fue asesinado. Me alegra muchísimo haberme equivocado. Milei es ya presidente.

Cuando vi a Javier Milei jurando su cargo sobre los Evangelios en los que no puede creer mucho si es cierta su afinidad con el judaísmo, reparé en que yo ya había comprendido mucho antes que las palabras y las ideas significan diversas cosas para hombres y mujeres diferentes y recordé que el mismo Adolfo Suárez que juró los principios del Movimiento juró, no mucho después, otros principios ahora democráticos, para el bien de España.

Siempre he reconocido que de haber sido yo su responsable, la transición española no se hubiera producido porque me lo hubieran impedido mis principios, muy otros entonces. Creciendo, me percaté de que la realidad hace encaje de bolillos con los respetables principios y que el más respetable de todos ellos sigue siendo evitar el sufrimiento de una mayoría de ciudadanos y aumentar sus libertades, sus oportunidades y su dignidad de personas.

Tampoco creí que esa "dama" –la llamo así para no llamarla por su verdadero nombre—, la viuda de Néstor Kichner y vicepresidenta de Alberto Fernández, vestida de rojo bolivariano como exigía el simbolismo de la ocasión, iba a aceptar de modo "natural" ser la "presentadora" de la alternancia democrática de un país arruinado por sus gobiernos familiares peronistas. Dicen que hizo algún gesto miserable, pero yo no vi más que una despedida muy acelerada del expresidente saliente y la suya, reglada aunque bien rápida y acompañada de gritos de "asesina, asesina" audibles en todo vídeo no manipulado.

Sí que me creí que el gobierno español dejaría solo al Rey de España, Felipe VI, confundido entre la multitud de invitados sin compañía de ministro alguno del gobierno. Creo que el Rey ha hecho lo que tenía que hacer y que el gobierno de España, alineado con los enemigos de Javier Milei y adocenado con todos los regímenes antiliberales y procomunistas de Iberoamérica, ha vuelto a dar la nota de estupidez a la que nos tiene acostumbrados. Todo lo que puede ser tierra firme lo convierte en ciénaga, pantano, barrizal o arenas movedizas. Pedro Sánchez, al que Joe Biden ni mira, se ha cargado las relaciones con Argelia, con sectores de Marruecos, con una gran parte de Europa, con todo Israel y sus aliados, y ahora, y la suma sigue, con la nueva Argentina. Hasta Volodimir Zelensky estuvo, como el Rey.

Pero bueno, lo que yo crea o no, carece de interés o importancia porque pertenezco a la mayoría nacional española sin poder ni instrumentos de defensa, salvo esta columna periódica que permite que me exprese libremente y con honradez, que no es sinónimo de acierto o cientificidad, ante la perfidia ideológica, la mentira organizada, la mendacidad moral y la ocupación de una sociedad como la española por parte de unos bandoleros de la política que carecen de todo tipo de escrúpulos para mentir, para cambiar de opinión o para engañar a su votantes.

En verdad creí que no iba a ver la investidura de Javier Milei, al que debemos tratar con respeto por sus hechos como siempre tratamos de hacer. Su victoria debe haber sido tan arrasadora que ni los más agresivos de sus enemigos se han atrevido a descarrilar las vías oficiales de su proclamación.

¿Cómo es que ni Feijóo ni Abascal –que al menos sí que estuvo en el gran día de Milei, gran día español, en Argentina—, comprenden que será necesaria una inmensa mayoría no manipulable ni anonadable para dar comienzo a la regeneración nacional de la democracia española? Conseguir esa multitud política exige muchas renuncias de privilegios y muchos vivas a la libertad, carajo, sin la cual no habrá jamás ni igualdad ni solidaridad ni nación reales.

España se merece otro destino. No creí que fuera posible un nuevo futuro para Argentina y me he equivocado, al menos, hasta ahora. Quizá haya un nuevo futuro para España y sea yo el que no vea cómo llegar a él salvo en una cosa: la batalla de las ideas, que hay que darla hasta la extenuación. Como hizo Milei y aquí no se hace salvo en este medio y otros pocos. Si Argentina no podía caer más bajo y ha reaccionado, España aún está a tiempo.

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