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Miguel del Pino

¿El campo tiene narices?

Los agricultores y ganaderos, habituales en 2024 coincidían al afirmar: "El campo está hasta las narices".

Manifestación de agricultores en Madrid. | LD/Agencias

Partiendo de la base de que el derecho a la manifestación es indiscutible, hemos visto y escuchado, a lo largo de nuestra ya madura democracia muy variados tipos de manifestaciones, con sus correspondientes pancartas, manifiestos y proclamas; y no sería justo concluir que todas son igualmente respetables ni sensatas.

En todas las que durante 2024, han tenido lugar ante el Ministerio de Agricultura, se ha respirado justa indignación y acumulación de razón y de razones, sin violencia, con la hombría de bien que caracteriza a las gentes del medio rural, que a pesar de su aparente rudeza sabe quejarse con la dignidad que los caracteriza, con tractores, con vacas o sin ellos. Que de todo ha habido frente a Infanta Isabel número 1.

Multitud de acentos regionales en las quejas que se han podido escuchar a los agricultores y ganaderos al saborear, satisfechos por sus reivindicaciones recién expuestas, una cerveza en "La Gloria" esa terraza adyacente al Ministerio que tanto sabe de reivindicaciones y de lamentos: resulta curioso comprobar la idiosincrasia de cada procedencia, porque no se quejan igual los extremeños que los gallegos, los valencianos… es realmente bella la diversidad de la Península Ibérica en sus costumbres, formas de expresión y hasta maneras de enfadarse.

El medio rural español, verdaderamente y con perdón, "hasta las narices de los políticos", sigue siendo el gran incomprendido: desde la carencia de una reforma agraria, imprescindible hace varios siglos, hasta las novedades trufadas de "ecologismo de pitiminí" que están terminando de arruinarles, y que nada tienen que ver con una gestión territorial con base científica verdaderamente ecológica.

Las reivindicaciones de las gentes del campo no tienen que ver sólo con lo exclusivamente monetario: toda una forma de vida y de sociabilidad, que no se comprenden desde el viciado ecosistema urbano, están en juego en estos momentos.

La visión "urbanita" del campo suele considerar el funcionamiento de los ecosistemas agrícolas y ganaderos a través de un filtro ideológico más próximo al "animalismo Disney" que a la dura realidad ecológica.

No confundamos el ecologismo con los modernos movimientos "animalistas", "especistas", y tantos otros "ismos", algunos verdaderamente destructivos. Tratar de poner el campo y su gestión en modo "conserva sostenible", prohibiendo actividades como la caza, la crianza tradicional de animales o los métodos agrícolas transmitidos durante generaciones es, sencillamente, un absurdo.

Competencia desleal

No estamos hablando sólo de consecuencias prácticas de filosofías ambientalistas utópicas. Tener que soportar la competencia desleal con países extracomunitarios que producen con menos exigencias ambientalistas que las que marca Europa, es una de las quejas más frecuentes entre los productores rurales españoles, sean agricultores o ganaderos.

Desde el punto de vista agrícola, las limitaciones para nuestros agricultores se refieren fundamentalmente al empleo de productos fitosanitarios que implica contaminación, muchas veces no compatible con la salud de los consumidores: parece obvia la necesidad de evitar tales tóxicos, pero si al propio tiempo no se prohíbe la entrada en Europa de productos iguales u homólogos, producidos en países extracomunitarios sin apenas regulación ambientalista, la competencia desleal subsiguiente puede llevar al campo español a la ruina.

Otro tanto podemos decir al referirnos a la ganadería, aunque en este caso tengamos que pisar un terreno todavía muchos más sutil, al enfrentarnos a limitaciones de tipo subjetivo referentes al concepto del llamado "bienestar animal": una serie de condiciones que afectan al ganado desde el punto de vista de las condiciones exigibles para su crianza, mantenimiento, transporte y sacrificio.

Está claro que cualquier persona civilizada estará de acuerdo en la necesidad de minimizar el sufrimiento de los animales de consumo en cualquiera de las fases de su aprovechamiento, pero llevar las exigencias hasta condiciones más ideológicas que científicas puede llegar a resultar inviable, con consecuencias como los intentos de imposición del veganismo o el mantenimiento de gallinas salvadas del peligro de "ser violadas por los gallos", ¿recuerdan?.

La recuperación de ecosistemas

Las últimas tendencias del ecologismo oficial europeo recomiendan la restauración de ecosistemas modificados por la explotación humana volviendo a sus estados naturales antes de la misma: una utopía tan bella como irrealizable.

Las catástrofes naturales, como las inundaciones recientemente sufridas por el este de nuestra Península, o los gigantescos incendios forestales que se suceden verano tras verano en nuestros ecosistemas forestales, hablan bien alto y bien claro de la necesidad imperiosa de gestionar los ecosistemas humanizados con rigor científico, incompatible con los extremos ideológicos y con políticos que los siguen de manera fanática.

Compatibilizar el mantenimiento lo más natural posible, de los ecosistemas europeos que han llegado hasta nosotros en condiciones mínimamente dignas, con el aprovecho de los recursos agrícolas, ganaderos, forestales, cinegéticos , turísticos e inmobiliarios compatibles con el desarrollo y la lucha contra la pobreza, debe ser nuestra exigencia a los políticos. Para ello es necesario, en primer lugar, barrer de sus puestos a los fanáticos legos en ecología científica, y desarrollar medidas que gestionen la naturaleza sin excluir al hombre de ella.

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