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Itxu Díaz

Las ventajas de creer en Dios

Al final, una de las grandes ventajas de creer en Dios es que no tienes que creer en ninguna otra tontería.

Dice Pérez-Reverte que le dan repelús las personas "con valores convencionales como patria, religión o bandera". Amar la patria, como a la familia, es deber de gratitud. La bandera no es un valor, sino un símbolo, académico. Pero los valores religiosos son otra cosa. Contrapone el escritor sus incertidumbres, de las que está orgulloso, con la fe en Dios. Lo que desconoce es que tenemos fe precisamente porque tenemos incertidumbres.

Dicen que ser creyente no está de moda. Que nadie ha visto a Dios. Y te lo dice gente que cree en el socialismo, que por desgracia lo ha visto mucha más gente de la que querría verlo. Al final, una de las grandes ventajas de creer en Dios es que no tienes que creer en ninguna otra tontería.

Tengo un amigo que se dedicaba de joven a escribir horóscopos para revistas. La fortuna de cada signo zodiacal dependía exclusivamente de la cantidad de whisky que burbujeara en su cerebro a esa hora de la tarde. Por supuesto, se lo inventaba. Jamás miró a las estrellas. La única vez que lo vi mirando al cielo, era muy de noche, blandía una botella vacía en una mano, y estaba gritando a los cuatro vientos: "Señor, ¿por qué siempre se termina el whisky en el mejor momento?". Éramos jóvenes. Me sorprendió, porque yo creía que este tipo de gente le rezaba al Zodiaco, a la Pachamama o algo así. Pero no. A la hora de las cosas importantes de la vida, como el whisky, también dirigen su plegaria al buen Dios. Que puede que sean adivinos, pero no idiotas.

Tuve una amiga aficionada a ver el futuro en los posos del café. Pasaba horas observándolos, como si estuviera frente a la Capilla Sixtina. Sacaba unas conclusiones extraordinarias sobre su futuro sentimental: siempre era negro. Algo que por otra parte se cumplía, sin que pueda descartar que no fuera más que una profecía autocumplida. Siempre me he sentido identificado con ella. A fin de cuentas, yo, por las mañanas, sin café tampoco tengo futuro.

Sin ánimo de enfadar a mis teólogos por obviar los temas importantes, los que creemos en Dios tenemos una especie de tarjeta VIP que abre ciertas puertas. Quizá no consigas entrar en La Moncloa, pero ya me dirás qué demonios se te ha perdido allí ahora que Sánchez la ha convertido en la cueva de Alí Babá. Hay cosas pequeñas que podemos conseguir con nuestra tarjeta. Encontrar aparcamiento, librarse de un atraco, o hacer un buen viaje, por ejemplo. Comprobado. La costumbre de rezar una oración antes de echarme a la carretera me ha salvado el pellejo varias veces.

Ser cristiano nunca ha sido fácil, por eso creo que Dios ideó estos pequeños consuelos. Es decir, ya que nuestra vida es una tarifa plana de penitencia, al menos démosle una promoción excitante para atraer a clientes perezosos. Supongo que es lo mismo que hacen los bancos cuando te cobran cientos de comisiones, pero luego, después de desplumarte, te regalan una batería de cocina; ellos siempre saben lo que necesitas en este preciso momento de tu vida: sartenes. En la lógica del banquero, las sartenes hacen feliz a la gente. En la de Dios, más certero, lo que nos hace sonreír es encontrar aparcamiento. No olvidemos la genial cita de aquel moribundo Art Buchwald, postrado en el hospital: "Mi teoría es que morir es fácil, lo difícil es conseguir aparcar".

Otra cosa que me encanta de creer en Dios es su humor. Sí, Dios es el ser más gracioso que he conocido. Solo alguien con una finísima sensibilidad para el humor pudo crear el elefante, que es como un hipopótamo mentiroso al que le ha crecido demasiado la nariz; o la tortuga, que evoca siempre a los cobardes; o el granizo, que es como un recordatorio de que ha llegado la hora del mojito. Y sospecho que Dios se ríe con nosotros, sobre todo cuando echa un vistazo a nuestros planes de futuro.

Si no tuviera humor, todos los animales serían iguales, y los vegetales serían aún más aburridos. Supongo que todos sabrían tan mal como el repollo. Pero no, creó cosas divertidas como las zanahorias, y gracias a ellas nuestros muñecos de nieve parecen una broma de Chesterton. Y creó también el otoño, sutilísima metáfora de la ley de la gravedad, para recordarnos que después de los 40 años conviene no venirse arriba con las expectativas en el gimnasio.

Con todo, la vida con Dios no es, digamos, amable. Santa Teresa, después de sus padecimientos, le pidió explicaciones a Jesús, que le sugirió que se quejara menos: "así trato a mis amigos". La santa, mujer brava, le respondió: "¡ahora entiendo por qué tienes tan pocos amigos!". Pero personalmente, creo que Dios estaba bromeando con Santa Teresa. Quizá la santa no tenía el día para cachondeo.

A los primeros cristianos los devoraban los leones. Eso no parecía demasiado gracioso, excepto para los leones. Si bien, esos hombres sabían que esa misma noche irían al Cielo, imagino que con la cabeza pegada al cuerpo de nuevo. Y eso es bastante mejor que vivir pensando que el día de mañana serás devorado por gusanos, engullido por un inmenso universo de vacío y olvido, y que Ismael Serrano te hará una horrible canción para que "la tierra te sea leve". Dios es divertido. Se niega a que nuestras vidas terminen en un triste funeral, prefiere que nuestra despedida sea una juerga infinita.

También por eso, en conclusión, la mejor fe en Dios es la del cristiano. ¿Qué puedo decirte? Nuestro Dios es un tipo cuyo primer milagro en la tierra fue convertir el agua en vino. Honor. Aura ahí. Siempre en mi equipo.

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